Vivimos unos tiempos en los que la innovación, el genio creativo y la búsqueda de la siguiente revolución tecnológica lo son todo. Todos queremos saber quién es el próximo Mark Zuckerberg, el próximo Steve Jobs o el próximo Albert Einstein.
Tanto es así que proyectamos nuestra forma de mirar el mundo sobre el pasado y, cada tanto, aparecen textos que hablan sobre los grandes genios olvidados a los que la historia no les hizo justicia. Pero la verdad es que la mayor parte de las veces, esos grandes genios están justamente olvidados. Contra lo que solemos pensar, los inventores no suelen existir. Al menos, si no son personas con suerte.
Vendedores de humo (o de vapor)
Quizá el mejor ejemplo sea la máquina de vapor. Que, de hecho, debe de ser una de las máquinas que más veces ha sido inventada de la Historia. La versión habitual es que la máquina de vapor se desarrolló y perfeccionó en Inglaterra entre finales del siglo XVII y finales del XVIII. Y que, por otro lado y siempre según esta versión, fue el motor de la revolución industrial.
No es exacto. Aunque seguro que los arqueólogos podrían darnos ejemplos anteriores, la eolípila, el primer "motor de vapor", fue inventada por Herón de Alejandría en el siglo I después de Cristo. En un primer momento, y durante muchos años, tuvo una finalidad recreativa (se trata de una esfera rellena de agua que, al calentarla, gira).
Pero Herón también creó puertas automáticas y fuentes hidráulicas que permiten afirmar, sin arriesgarnos demasiado, que los científicos romanos tenían capacidad más que suficiente diseñar la máquina de vapor de Thomas Savery sin despeinarse.
Más tarde, un siglo antes de que, según la historiografía moderna, el señor Savery inventara la primera máquina de vapor, Jerónimo de Ayanz, natural de Navarra, diseñó también una incipiente máquina de vapor. Antes incluso podemos encontrar trabajos de Florence Rivault, de Taqui ad-Din o de Giovanni Branca en los que la máquina de vapor estaba ahí, al alcance de la mano.
Molinos, fregonas y futbolines
Lo mismo pasa con los molinos de agua. Tradicionalmente, se consideraba que este tipo de molinos se había descubierto en la Edad Media porque es el periodo histórico del que tenemos restos materiales. Pero no es cierto. En la Antigüedad se conocían, y muy bien, los molinos hidráulicos. De hecho, se sabe que empezaron a expandirse también a lo largo del siglo I d.C. Y así hasta la saciedad.
La cuestión es clara: no, la fregona no se inventó en España, ni las piruletas, ni el futbolín. Como evidentemente, y en sentido estricto, ni los españoles ni los vikingos 'descubrieron' América. Hace unos días discutíamos aquí en Xataka quién fue el "creador" de la insulina inyectable (¿Nicholas Paulescu o McLeod, Banting y Best?) en una reedición de la famosa paradoja de "si cae un árbol en medio del bosque y nadie lo escucha, ¿ha hecho ruido? ¿se ha caído siquiera?"
Las ideas y los momentos
Una lección clave que podemos extraer de esto es que, bueno, inventar algo, descubrir algo o desarrollar una genialidad no sirven para nada. Durante cientos de años supimos cómo usar el agua para producir trabajo físico, pero no fue hasta la implosión del sistema esclavista que los molinos se popularizaron de verdad.
"No hay nada más poderoso en el mundo que una idea a la que le ha llegado su momento", pero sin "su momento" una idea no es nada
Durante mil quinientos años supimos todo lo que hay que saber para crear una máquina de vapor. De hecho, los niños acaudalados tenían pequeños motores en miniatura. No fue hasta que las necesidades concretas de la minería británica introdujeron el cachivache de Savery que la máquina de vapor se dispuso a cambiar el mundo.
Las fregonas y el suelo de solería, las piruletas y la disminución de la mortalidad infantil, el futbolín y la incipiente mejora de la calidad de vida de las clases obreras. Decía Víctor Hugo que "no hay nada más poderoso en el mundo que una idea a la que le ha llegado su momento". Y debía llevar razón porque "sin su momento", las ideas no son nada.
Tecnología, sociedad y viceversa
El culto a la innovación, al genio creador y a las invenciones disruptivas es una de esas características de nuestra época que lo impregnan todo. Pero, en general, las innovaciones son solo de grado. También en el mundo de la tecnología donde casi siempre podemos encontrar una prueba de concepto que, veinte años antes, ya avanzara la próxima revolución del sector.
En el fondo, a poco que examinamos la historia tecnológica, nos damos cuenta de que ver el mundo como una sucesión de grandes genios es muy atractivo, pero poco real. Indudablemente, hay personas que adelantan décadas el conocimiento o la tecnología de su época, pero si queremos hacernos una imagen real de cómo ha funcionado la innovación a lo largo de los siglos, la estrategia es otra: pensar la historia como una larguísima conversación llena de oportunidades, malentendidos y momentos de genialidad. No hace falta darle más atractivo.
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La noticia El mito del genio creador o por qué la mayoría de innovaciones revolucionarias son puro humo fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .
Gracias a Javier Jiménez
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