2054, Leesburg (Florida). Año 38 de la era Trump. El aerotransporte me deja en la pista de aterrizaje de la azotea del inmenso bloque de apartamentos en donde vivo. Bajo en ascensor a la planta dieciséis, situada solo a tres metros del nivel del mar cuando sube la marea. Con mi exiguo sueldo no puedo permitirme nada mejor.
En las actuales neovenecias (así las bautizó irónicamente la prensa) el precio de los apartamentos depende fundamentalmente de la cercanía al nivel del mar. Los más bajos son, evidentemente, los más baratos, ya que, a pesar de estar mejor protegidos de la radiación solar, terminarán por ser engullidos por la subida de las aguas.
Así, puedes saber la clase social y económica de alguien, sencillamente, preguntándole la altura de la planta en la que vive. Yo, desgraciadamente, soy de clase baja y sé que mi casa estará debajo de las aguas en, como máximo, una década. Es el tiempo del que dispongo para mejorar mi situación económica y comprar algo un poco más alto. Si no me convertiré en un flotante, en un miserable que vive en la bodega de alguna maltrecha barcaza.
Antes de entrar al habitáculo tengo que quitarme mi traje NBQ que me protege de la intensa radiación solar y me proporciona aire no contaminado. Unas duchas empapan el traje mientras una luz roja ilumina la pequeña sala de descontaminación. Un scanner reconoce mi retina y luz verde, la puerta de mi casa se abre automáticamente.
Tengo hambre. Abro un cajón de la cocina y saco un cartucho de estofado de carne sintética. Lo inserto en mi impresora 3D-chief y mientras se cocina, enciendo las noticias en la pared-pantalla.
-¿Gerardo León?
Casi me da un infarto… ¡Un tipo está sentado en mitad de mi salón!
-No se asuste. Soy el agente William Gaff, del Departamento de Prevención Criminal de Florida. Disculpe que me presente en su casa de este modo, pero como comprenderá no está la atmósfera para esperar fuera a que usted llegara.
Alto, delgado, sombrero, gabardina y pajarita. Bigote y perilla, cara picada por haber sufrido el retorno de la viruela de 2044, y unos clarísimos ojos azules. No levanta la mirada de una tablet en la que escribe.
-¿Puede identificarse?
Me enseña su holoplaca de grafeno. Parece auténtica.
-Estoy aquí por un cómputo rutinario. Este mes toca entrevistar a todos los habitantes de las plantas diecisiete a catorce del distrito 56B. Los ordenadores de la central dan muchas probabilidades de crimen por aquí ¿Le importa que le haga unas preguntas?
-No, por supuesto – Es absurdo decir que no. Negarse a obedecer a un agente de precrimen, aunque esté sentado en el salón de tu casa, es ya un delito grave.
-Vamos a ver… Gerardo León Cifuentes. Nacido el 6 del 2 de 2021 en Hermosillo, distrito de Sonora, México. Inmigró a Norteamérica en 2045 ¿Correcto?
-Sí señor.
-Estudió administración digital y seguridad de redes en la Universidad Autónoma de México D.F. de 2039 a 2042. Allí militó en varios grupos de activismo político antisistema. Aquí aparece que fue miembro de los Greenpanthers y de Ozone.
-Sí, bueno… era muy joven y en México, en esos años, no estaba prohibido el activismo político ni la defensa del medio ambiente.
-Es cierto. Esos grupos sostenían, entre otros disparates, los mitos de la evolución biológica y del cambio climático ¿Es usted plenamente consciente de que defender esas ideas viola el artículo 13.74 c del 2 de febrero de 2024 de la Ley de Blasfemias e Injurias Pseudocientíficas?
-Soy consciente, pero ese es mi pasado, no mi presente.
-Desde que se le concedió el permiso de residencia en Norteamérica ha trabajado en la seguridad informática de la Tyrell Corporation. Operario técnico de tipo C en el departamento de encriptación de datos del núcleo de los prototipos Dobson ¿Correcto?
-Correcto.
-Es un puesto insignificante a nivel administrativo, pero en él se tiene acceso a una información vital. Nada menos que al núcleo de los Dobson ¿No es así?
-Sí, pero ya firmé varios contratos de confidencialidad y soy constantemente supervisado por miembros de seguridad de la compañía. Si mira mi expediente en la empresa no ha habido problema alguno en nueve años.
-Sí, un expediente perfecto… demasiado perfecto, ¿no cree?
-No, creo que simplemente es ser un buen profesional.
-También veo que ha rechazado dos ascensos, ¿por qué?
-Me gusta mucho mi trabajo. Si hubiera ascendido realizaría tareas menos gratificantes. Quiero ser un técnico, no un administrador.
-¿Le gusta vivir en un cuchitril, y perdone por la expresión, en una planta dieciséis pudiendo aspirar, al menos, a una planta veinticinco?
-Me gusta lo que hago. No soportaría estar catorce horas diarias haciendo un tedioso trabajo de chupatintas.
-Extraño. Los puestos que le ofrecieron estaban mejor pagados pero no le darían acceso a los núcleos de los Dobson… ¿Es consciente del daño que podría hacer a la sociedad si manipulara tales núcleos?
-Sí, soy consciente. Pero ya le he dicho que todo está muy vigilado y… en fin ¿qué interés iba a tener yo en dañar la sociedad?
-¿Es usted consciente de lo que podría comportar un fallo de seguridad en la encriptación de la información de los núcleos? ¿Sabe qué podría pasar si grupos terroristas pudieran conseguir manipular los núcleos?
-Me lo puedo imaginar.
-De acuerdo. Una vez dicho esto me dispongo a realizarle el cómputo de previsión de delito según las ecuaciones de Holson-Moravec, siguiendo el protocolo legal dispuesto en el artículo 226 d del 4 de julio de la Ley de Prevención Criminal del Estado de Florida ¿Está usted de acuerdo?
-Lo estoy.
-Inmigrante mexicano, eso suma 30,25 puntos. Varón de entre 30 y 35 años: 2,3 puntos. Renta mensual de entre 400 y 600 dólares: 7,45 puntos. Vivienda en nivel 16: 9,34 puntos. Nivel de formación A: -8,78. Mire, eso es bueno. Una buena formación siempre aleja del delito.
-Que bien...
-Unos cuantos datos más… bien… Vamos ahora con el cómputo a partir de su genoma. Perfil genético mesoamericano xantodermo tipo 2… Mal asunto. Demasiada cercanía al genotipo del criminal medio. A ver, a ver… ¡Ay! ¡Lástima! Tiene usted la versión mutada del gen MAOA… el gen guerrero… ¿Se enfada con facilidad verdad?
-No sé. Nunca me he peleado con nadie.
-Al menos no tiene el CDH13, si no ya habríamos acabado. No quiero engañarle, su pasado y su perfil racial, acompañado de su bajo estrato socio-económico ya lo ponen en el punto de mira, y su obstinación por estar cerca de los núcleos Dobson da unos datos bastante feos. Veremos cómo se procesan.
Un largo silencio. El agente Gaff mira atentamente la pantalla de su tablet. Siento que estoy perdido. Miro nervioso a mí alrededor. Da igual, no tengo escapatoria. Antes de que me diera tiempo a acercarme a la puerta sería fulminado por el taser de alta potencia que esconde tras su gabardina.
-Ya está. Cociente de criminalidad de 6,34. Lo siento, ha superado el 6,2 establecido por la ley. Por el artículo 231.24 a del 16 de septiembre de la Ley de Prevención Criminal del Estado de Florida, queda usted detenido y puesto a disposición judicial.
-Pero… ¡si no he hecho nada!
-Aún no señor León, aún no.
Un nuevo sistema penal post-metafísico
¿Injusto, verdad? Ningún país democrático del mundo votaría por un sistema judicial que arrestara a alguien que todavía no ha cometido un crimen. No podemos hacer responsable a nadie de un acto que no ha realizado. Pero, ¿y si la tablet del agente Gaff tuviera razón y Gerardo León estuviera, de verdad, planeando algún delito con los núcleos Dobson? ¿No sería magnífico poder detener al delincuente antes de que haga la fechoría?
Si pudiésemos predecir todos los crímenes antes de que se realizaran, eliminaríamos para siempre el mal que causan, consiguiendo una utopía policial sin precedentes en la historia: un mundo sin crimen (aunque no sin criminales).
Pero, ¿cómo vamos a acepar un sistema en el que se encarcela a la gente sin aún haber hecho nada? Tendríamos que cambiar los fundamentos del mismo sistema. La presunción de inocencia está recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos… ¿cómo vamos a violar un derecho tan fundamental? No estamos tan lejos. Vamos a estudiar un poco.
El Derecho se ha fundamentado desde tiempos inmemoriales desde dos perspectivas: la mayoritaria históricamente es la que se ha llamado iusnaturalismo, que viene a decir grosso modo que existen una serie de principios y leyes universales que deben constituir la base de nuestros sistemas legales.
El problema, claro está, es saber dónde buscar y encontrar ese maravilloso derecho natural. Y aquí ya tenemos diversas posturas: desde los que lo encontraban en el mismo funcionamiento de la naturaleza (Aristóteles o los estoicos), los que lo encontraban en las Sagradas Escrituras (lo que se conoce como agustinismo político), hasta los que lo encontraban en el mismo funcionamiento de nuestra razón (Spinoza).
En el bando contrario estaría lo que podemos denominar, igualmente grosso modo (que me perdonen los historiadores del Derecho), convencionalismo, que vendría a sostener que no existe ningún código legal ni ningunos principios ni leyes buenas en sí mismas, sino que las leyes suelen basarse en criterios de utilidad (de aquí la corriente utilitarista), en las emociones de agrado o repulsa (de aquí la corriente emotivista), en los hábitos o costumbres de cada época o sociedad (de aquí los constructivistas), de un pacto democrático (de aquí el contractualismo) o, sencillamente, en unos principios metafísicos anticuados y obsoletos (y de aquí el positivismo).
En la actualidad, dada la crisis de los grandes sistemas metafísicos, el viejo y venerable iusnaturalismo también ha entrado en crisis, estando más de moda sus variopintos rivales. Quizá, si bien es difícil de precisar, la postura más popular a día de hoya sea el positivismo jurídico de Hans Kelsen, quien dedicó casi todos sus esfuerzos a crear un derecho puro, es decir, sin ninguna contaminación ideológica, social o económica, y mucho menos, proveniente de algún tipo de derecho natural.
Pensemos en un sistema legal muy práctico ligado fundamentalmente a la corriente utilitarista y consecuencialista (nos importan las consecuencias de los actos, no las intenciones). Según la máxima del utilitarismo, el fin de todo Estado es conseguir la máxima felicidad (y, por tanto, minimizar el sufrimiento) para el mayor número de personas posibles. Si, evidentemente, el crimen crea sufrimiento, queremos una sociedad en la que el crimen se reduzca a su mínima expresión, si no desaparezca por completo.
Supongamos que tenemos también un sistema predictivo que funciona bastante bien previendo quién tiene altas probabilidades de cometer un crimen. Nos encontramos entonces con un individuo que, pongamos, tiene más de un 90% de posibilidades de cometer un homicidio ¿Qué hacemos? Si no le detenemos es altamente probable que cometa el crimen ¿No sería entonces, casi de sentido común, arrestarlo, no por ser culpable de nada sino, sencillamente, por ser un peligro inminente?
Este nuevo sistema jurídico no se basaría en principios de libertad ni responsabilidad, justicia o culpabilidad, sino sencillamente, en términos de predicción y protección (que sería el lema que el agente Gaff llevaría inscrito en su placa). A los presuntos delincuentes no se les encarcelaría por hacer absolutamente nada, solo para proteger a los demás de sus futuras acciones.
¡Uffffff! Aun así sigue sin convencerme ¡No quiero renunciar a las viejas ideas de libertad y de justicia! Si entendemos que ser justo es dar a cada cual lo que le corresponde, ¿cómo vamos a castigar a alguien por algo que no ha hecho? ¿Cómo vamos a hacer responsable a alguien por un delito que no decidió libremente cometer?
Hay que cambiar más el chip. Los últimos experimentos con referencia al libre albedrío nos están diciendo que, realmente, la libertad es una ilusión, que no elegimos libremente absolutamente nada, sino que estamos completamente determinados a actuar como lo hacemos. En el fondo, no somos más que robots cuya diferencia con nuestros ordenadores personales no es más que nuestra complejidad y sofisticación.
Si esto fuera cierto, condenar a alguien por cometer un delito sería un error, ya que el condenado nunca eligió libremente cometer el crimen. Algo así sería tan absurdo como castigar a nuestro ordenador por quedarse colgado.
Entonces… ¡Dios mío! ¿Quizá el precrimen está por llegar? ¿He de temer que, en cualquier momento, un agente Gaff llame a mi puerta y me detenga por un delito que, incluso en ese momento, yo podría ni haber empezado a pensar en cometer? Bueno, tranquilos. Quizá el precrimen no llegará tan deprisa, aunque no por problemas legales sino por algo más prosaico: dificultades técnicas.
¿Es posible la predicción?
Aparte de estos graves problemas éticos estarían los prácticos: ¿tenemos los medios para predecir con absoluta certeza si alguien va a cometer un crimen? Porque todo este distópico sistema policial sería mucho más aceptable si, al menos, tuviésemos esa certeza de que los criminales iban, con total seguridad, a delinquir ¿Detendríamos a alguien con solo un 50% de posibilidades de delinquir? ¿Con un 70% ya sí? ¿Dónde ponemos el límite en una predicción que no es cien por cien fiable?
La respuesta es clara: a día de hoy no tenemos esa capacidad predictiva y, es más, quizá por ciertos problemas de base, será imposible para siempre. Este es el argumento de la, a mi juicio bastante fallida, película de Spielberg, Minority Report (2002), basada en el relato del mismo nombre firmado por el gran Philip K. Dick en 1956.
En la película no es un supercomputador el que hace las predicciones, sino tres extraños seres de piel blanquecina y ojos azulados llamados “precogs”, que son capaces de anticipar el futuro con sus poderes mentales. El caso es que las visiones de los tres no siempre coinciden, haciéndose la detención solo si dos de los tres tienen la misma. A esto es lo que se llama el informe minoría, la posibilidad de que ese crimen no se cometa. Desgraciadamente, en la realidad a 2016 el informe minoría tendría varios tomos de grosor ¿Por qué?
Para empezar, la cantidad de variables necesaria para predecir un crimen excede en varios órdenes de magnitud nuestras más optimistas capacidades de cómputo informático. No hace falta irse al crimen, la mera predicción de la conducta de cualquier ser humano durante un día es totalmente imposible.
Pensemos, sencillamente, en los recientes errores de bulto cometidos por las principales empresas de predicción de resultados electorales. Un acontecimiento relativamente simple, en comparación con la predicción de crímenes, como es un único resultado electoral… ¡Y gana Donald Trump! Lo mismo pasó con el Brexit o con los fulgurantes resultados iniciales de Podemos.
O recordemos el 11 de septiembre: el servicio de inteligencia del país más poderoso del mundo no pudo prever el mayor atentado en la historia de los Estados Unidos. Y no hace falta irnos a la política: ¿Alguien pudo predecir el éxito de Google, Wikipedia, Facebook, o los videos de gatitos en Youtube? ¿Alguien podía predecir un fenómeno como el Rubius?
El pensador libanés Nassim Nicholas Taleb tiene dos obras muy recomendables: El cisne negro (2010) y Antifrágil (2012), donde da un baño de realismo a todos los que creen que pueden predecirlo todo.
Taleb llama sucesos de Cisne Negro a todo aquello que es altamente improbable que suceda y que, sin embargo, sucede; y nos advierte de que nuestras sociedades están muy poco preparadas para tratar con su impacto.
Pero, ¿qué es lo que pasa para no poder predecir correctamente lo que sucede? En primer lugar, ya tenemos problemas puramente matemáticos diferentes a la incontable cantidad de variables. Pensemos en los sistemas caóticos: un sistema caótico es aquel en el que un pequeñísimo cambio en las condiciones iniciales genera enormes cambios en los resultados finales.
Estos sistemas son, por definición, altamente impredecibles, y esta es la causa que la meteorología solo pueda hacer predicciones fiables con un máximo de unos días de antelación. El clima es un sistema caótico.
Apliquemos esto a la predicción de un crimen. Gerardo quiere introducir un virus en los núcleos Dobson. Tiene planeado salir de su casa, llegar a su trabajo en la Tyrell Corporation e introducir el virus en los ordenadores del taller. Sin embargo, una inesperada tormenta marina imposibilita el funcionamiento de los trasportes e impide que Gerardo pueda ir a trabajar.
En la soledad de su casa tiene tiempo para reflexionar y decide no realizar atentado alguno, abandonar su vida delictiva y dedicarse al bien. El efecto de que Gerardo cometa el crimen o no depende de una causa meteorológica y si el clima es impredecible no podríamos enviar al agente Gaff a efectuar la detención.
Este ejemplo es una simpleza, pero si reflexionamos acerca de la compleja mezcla entre sistemas caóticos y no caóticos que hace funcionar el mundo, podemos hacernos una idea de que predecir el futuro con precisión es una prácticamente tarea imposible.
La ambigüedad del futurólogo
Otro tema peliagudo lo estudió con profundidad el importante filósofo de la ciencia austriaco Karl Popper. Los científicos entienden que una hipótesis se hace correcta o verdadera cuando las predicciones que de ella se esperan son verificadas en un experimento. Esto es la base del método experimental y, como tal, el fundamento que da validez a todo nuestro conocimiento científico.
Popper puso esto en duda de la siguiente forma: cuando hacemos una predicción, la ambigüedad con la que la formulemos determinará en mucho la posibilidad de que se cumpla. Por ejemplo, si yo digo:
“Mañana hará un buen día”
Las probabilidades de acertar son muy altas pues ¿qué es un buen día? ¿Un día que no llueva? ¿Si hace una temperatura agradable? Pero, ¿es lo mismo una temperatura agradable para un lapón que para un jamaicano? Incluso habría circunstancias en las que un día muy frío y lluvioso sería un buen día ya que, al menos, no ha caído una densa nevada o no ha ocurrido un destructivo huracán. Sin embargo, si yo digo:
“Mañana a las 10:35 horas de la mañana, la temperatura será de 22,3º”
Las probabilidades de fallar son muchísimo más altas. En términos de Popper, esta segunda hipótesis tendría más falsadores posibles que la primera. Un falsador posible es cualquier resultado que de por falsa nuestra hipótesis. En este caso, tenemos muchísimos: que la temperatura sea de 23º, 24º, 21º, 20º, etc. ya da por falsa la predicción. Por el contrario, en la primera predicción solo hay un falsador posible: que mañana haga un mal día.
Para Popper, una teoría será tanto más científica cuántos más falsadores posibles tenga. La segunda predicción sería, por tanto, muchísimo más científica que la primera. Sin embargo, y aquí está el quid del asunto: una teoría podría tener muchísimo más éxito predictivo que otra, simplemente, por ser mucho más ambigua a la hora de enunciar sus predicciones. Por lo tanto, la predicción no es tan determinante a la hora de determinar si una teoría científica o no.
Aplicando esto al precrimen, tendríamos criminales culpables o inocentes en función no ya de lo que fueran a hacer en el futuro, sino de nuestra manera de formular las predicciones. Por ejemplo, cuando decimos que Gerardo tiene una probabilidad de cometer un delito del 92,4%, ¿qué es lo que, realmente, estamos diciendo? ¿Qué esa probabilidad es de cometer cualquier tipo de delito o alguno en concreto? ¿Esa probabilidad se mantiene en el tiempo, es decir, será la misma de aquí a un año o a diez?
Todos estos matices son muy importantes ya que no es, para nada, lo mismo tener una alta probabilidad de cometer un homicidio que de robar una barra de pan. El castigo no debería ser el mismo para ambos delitos, por lo que las predicciones deberían siempre poder precisar el tipo de delito.
Igualmente, el factor tiempo es importante: durante toda una vida, la probabilidad de cometer algún tipo de delito, por pequeño que sea, será casi del 100% para todo ser humano, mientras que si acotamos el tiempo la probabilidad se reducirá considerablemente. Si nos pusiéramos estrictos ¡meteríamos a toda la población en la cárcel!
Por el contrario, si hiciésemos una predicción muy científica en términos de Popper (con muchísimos falsadores posibles) como: “Gerardo va a introducir un virus en los núcleos Dobson el martes 15 de febrero de 2054 a las 10:35 h”.
Sería el ideal de predicción pero, a no ser que nuestro sistema predictivo sea increíblemente bueno, tendríamos muchas probabilidades de fallar, es decir, las posibilidades de que esto sucediera serían bajas, por lo que no podríamos detener a Gerardo. Entonces nos quedan dos opciones: o ambigüedad pero éxito predictivo (e injusticia) o precisión y fracaso predictivo (e ineficacia total).
Como vemos, la formulación de la predicción es esencial y se puede ser terriblemente injusto, sencillamente, con cambiar unas palabras en ella.
El caso del criminal patoso y el control mental
Supongamos, de nuevo, que Gerardo León quiere cometer el crimen. Tiene pensado introducir el virus en los núcleos Dobson. Sin embargo, es un pésimo programador y, cada vez que intenta programar el virus lo hace mal y no consigue crear un programa efectivo para ejecutar su crimen.
Si nuestro sistema de predicción fuera preciso, tendría en cuenta la torpeza de Gerardo y en la tablet del agente Gaff aparecería una baja probabilidad de que delinquiera. En consecuencia, Gerardo quedaría libre de toda pena ¡Sería inocente, únicamente, por ser un inútil!
El sistema penal post-metafísico basado en la predicción no tiene en cuenta las intenciones (ya que éstas no pueden predecirse), solo las consecuencias, por lo que podríamos mantener en la calle a malvados psicópatas siempre que fueran lo suficientemente incompetentes para no delinquir, y podríamos encerrar a buenas personas con la mala suerte de cometer un error de fatales consecuencias.
Podríamos solucionar el problema haciendo un nuevo cuerpo de policía especializado en lectura de pensamiento. Dentro de poco tiempo, con las nuevas técnicas de escaneo cerebral, podremos ver perfectamente qué parte del cerebro se activa cuando alguien tiene una mala intención. Podríamos obligar a la población a que llevara una especie de casco que monitorizada continuamente su actividad cerebral y que alertara a la policía cuando alguien piensa en delinquir.
Quizá sería un sistema eficaz que arrestaría sin problemas al torpe pero maléfico Gerardo, aunque no se me ocurre una distopía más horrible que aquella en la que hasta tus pensamientos son controlados por el Estado.
Conocer la predicción lo cambia todo
El agente Gaff no detiene a Gerardo. Solo le avisa de que la policía sabe que va a cometer un delito y que lo está siguiendo para evitarlo ¿Eso no bastaría para que Gerardo cambiara su conducta y no delinquiera?
Una extraña propiedad de todo sistema de predicciones es que si un individuo involucrado en la predicción la conoce, automáticamente la invalida. El delito se comete o no, sencillamente, en función de si su autor sabe que se ha predicho que lo va a cometer. Esta es la razón por la que construir una máquina de predicción infalible (lo que se conoce como diablillo de Laplace), sería imposible si se nos da acceso a sus resultados. Si la máquina predice que voy a hacer A, pues no hago A y ya he fastidiado la predicción.
Solo si la máquina permanece inaccesible, si nadie sabe qué es lo que está prediciendo hasta después de que haya ocurrido, entonces podría funcionar ¡Pero entonces no nos vale para prevenir el crimen!
El caso del astuto criminal que conoce las leyes de la probabilidad
Todo lo que estamos diciendo parte del principio de que el mundo es una gran máquina determinista, en el que no cabe el, siempre tan temido por matemáticos y filósofos, azar. Si, realmente, existen sucesos aleatorios, estaríamos poniendo un límite claro a nuestra capacidad predictiva. En la medida en que esos sucesos interfieran en el curso de los crímenes irían disminuyendo nuestras posibilidades de usar agentes de precrimen.
¿Hasta dónde la realidad es aleatoria? ¿Qué peso tienen los sucesos aleatorios en el fluir de los acontecimientos? ¿Es mucho o es poco? Pregunta de índole casi metafísico tremendamente difícil de responder ¿El aleteo de una mariposa en Hong Kong puede provocar un huracán en Nueva York? Vayamos entonces a casos más sencillos y concretos.
Si Gerardo va a decidir si delinquir o no, en función de un supuesto suceso aleatorio como el lanzamiento de una moneda… ¿lo detenemos o no? Si la probabilidad de salir cara o cruz es del 50%, las probabilidades de cometer el crimen son esas. Para detenerlo tendríamos que fijar el límite para ser detenido, precisamente, en ese 50% de probabilidades de cometer el crimen.
Pero, ¿y si Gerardo conociera que ese es el límite y, entonces, decidiera cambiar de estrategia? En vez de una moneda, utilizará un dado y solo cometerá un crimen cuando en un lanzamiento saque un uno o un dos. Las probabilidades de tal resultado son una sobre tres, es decir, un 33,3%. Como el límite para ser detenido está en el 50%, con este método Gerardo no sería apresado, burlando nuestros sistemas de predicción.
Si bajamos el límite de la probabilidad, Gerardo siempre podría usar nuevos métodos. Si ponemos ahora un 20%, Gerardo podría seguir usando su dado pero ahora solo delinquiría si sacara un uno. Como sacarlo tiene como probabilidad solo un sexto (un 17%), se nos volvería a escapar.
Y, de nuevo, tenemos el problema de que no podemos predecir intenciones. Un psicópata sanguinario como, por ejemplo, Anton Chigurh (el personaje interpretado por Javier Bardem en No es país para viejos) utilizaba también el lanzamiento de una moneda para decidir asesinar o no.
Todos estaríamos de acuerdo en que un tipo así debería estar encerrado en la celda más profunda de la cárcel más segura del mundo y, sin embargo, podría escapar de la ley, sencillamente, con un conocimiento básico de las leyes de la probabilidad.
Policía predictiva a día de hoy
Otra cosa, a mi juicio totalmente saludable, es utilizar predicciones como guía para investigaciones, y para tomar diversas medidas que no violen la presunción de inocencia. De hecho, es algo que todos hacemos en nuestra vida cotidiana.
Todos sabemos que en nuestras ciudades hay zonas o barrios por donde no es muy recomendable pasar a ciertas horas. Cuando elegimos no pasar por allí estamos haciendo de policías predictivos: estamos calculando que, en esas zonas, es más probable que ocurran delitos que en otras.
Algo así, aunque de modo más serio y sistemático, es lo que hacen los distintos procedimientos de policía predictiva que ya existen en la actualidad y que son utilizados por muchos departamentos de policía (por ejemplo éste o éste), parece ser que con cierto éxito.
En los tiempos del big data, al igual que se utilizan perfiles de consumidores para predecir compras y, por tanto, elaborar estrategias de marketing, pueden establecerse predicciones, más o menos precisas aunque bastante más humildes que en Minority Report, sobre futuros delitos y, en consecuencia, elaborar estrategias de prevención.
Porque es posible establecer sistemas predictivos y que no violen ningún derecho civil, sencillamente, no deteniendo a nadie antes de que cometa el delito, sino solo limitándose a estrategias de prevención.
Por ejemplo, si tenemos predicciones que indican que en un barrio de la ciudad va a subir la delincuencia debido a diversos factores (aumento del desempleo, crecimiento de guetos, presencia de mafias, etc.) podemos planificar estrategias para evitarlo: aumento de la presencia y vigilancia policial, refuerzo de programas educativos, cooperación con las diferentes autoridades políticas y sociales, etc.).
El lema ya no sería predicción y protección, sino predicción y prevención. Las predicciones, por ser siempre falibles, no nos deberían llevar nunca a la detención (y mucho menos al castigo), sino siempre solo a la prevención.
Volvamos con Gerardo. El agente Gaff no lo detiene, sino que solo le advierte que la policía lo tiene en el punto de mira y que si llega a delinquir sus posibilidades de escapar son prácticamente nulas. El agente Gaff solo le estaría avisando con la intención de disuadirle de cometer un delito. Es muy posible que algo así realmente disuadirá a Gerardo de cometer el crimen ya que habría que ser muy imbécil para atentar sabiendo que la policía está sobre ti.
Esto es el futuro (y ya el presente) de nuestros sistemas policiales. Es de agradecer, y algo prácticamente inevitable, que los avances científicos y técnicos no tarden mucho en aplicarse a la metodología policial ¿Por qué entonces no aplicar también las técnicas de predicción?
El único problema reside, como hemos visto, en que la defensa del derecho a la seguridad como objetivo primordial de cualquier organización policial que se precie, no termine por violar otros derechos tales como el de no ser sujeto a una detención arbitraria, el derecho a la intimidad (¿hasta dónde podría llegar precrimen en recolectar datos de un individuo para elaborar sus predicciones?) o, el ya mencionado, derecho a la presunción de inocencia.
Veremos como en los próximos años se desarrolla el asunto y confiemos en que ningún agente Gaff tenga que llamar a nuestra puerta.
Fotos | istock, Agathe
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La noticia Distopías probables: policía predictiva y los (posibles) criminales del futuro fue publicada originalmente en Xataka por Santiago Sánchez-Migallón .
Gracias a Santiago Sánchez-Migallón
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