“El trabajador solo respetará la máquina el día que ésta se convierta su amiga, reduciendo su trabajo, y no como en la actualidad, que es su enemiga, quita puestos de trabajo y mata a los trabajadores”
Émile Pouget (1860-1931), anarcosindicalista francés
Si te opones a la implantación de algún tipo de tecnología por los motivos que sea, eres un ludita que cuestiona el progreso. Al menos es así según la Fundación para la Tecnología de la Información e Innovación de Estados Unidos (ITIF por sus siglas en inglés).
Este ‘lobby’ financiado por grandes compañías tecnológicas como Google, Dell y Microsoft considera la innovación tecnológica “la fuente de progreso económico y social” y desde 2015 otorga los Premios Luditas. Según ITIF, los ‘neoluditas’ buscan “convencer al público y a los políticos de que la innovación tecnológica es algo que debe ser temido y contenido” y quieren un mundo que esté “en gran medida libre de riesgo, innovación o cambios incontrolados”.
Entre los nominados se encuentra quienes buscan prohibir los “robots asesinos”, los que prefieren usar taxis en vez de Uber (aunque los motivos para hacerlo sean numerosos), el gobierno francés por su ‘ley antiAmazon’ que impide a la multinacional vender libros por debajo del precio fijado por la ley y el estado de Nueva York por “ponerse duro con Airbnb y sus anfitriones” porque el 72% de las reservas viola la ley estatal.
Los ganadores del Premio Ludita 2015 fueron Stephen Hawking y Elon Musk (cofundador de Paypal, Tesla y SpaceX) por alertar de los peligros de la inteligencia artificial. ¿Cómo pueden ser considerado Musk y Hawking personas que consideran la innovación de forma negativa? ¿Quiénes fueron los luditas y qué buscaban realmente?
Ned Ludd
Para comprender quienes fueron realmente los luditas (o ludditas) debemos viajar a la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Una década de guerra contra Napoleón disparó el desempleo, así como los precios de los productos cotidianos.
La clase trabajadora sufría una fuerte crisis económica y los dueños de la potente industria textil del norte de Inglaterra buscaron reducir costes mediante la bajada de los salarios de sus trabajadores y la introducción de nueva maquinaria que suponía prescindir de parte de la mano de obra para obtener un producto más barato pero de peor calidad.
Con los sindicatos prohibidos y perseguidos desde 1800, el movimiento ludita surgió el 11 de marzo de 1811 en Arnold, cerca de Nottingham. Después de ser reprimida por el ejército una protesta que demandaba más trabajo y mejores salarios, esa misma noche una turba destruyó 63 telares automáticos que reemplazaba la fuerza de trabajo de los tejedores.
El movimiento se extendió rápidamente: en las dos semanas siguientes más de cien telares fueron hechos añicos en ataques nocturnos contra la tecnología que amenazaba los puestos de trabajo en los centros textiles del centro y norte de Inglaterra, en pleno corazón de la Revolución Industrial. En noviembre de ese mismo año más máquinas fueron destruidas y varias fábricas ardieron.
Pero el ‘modus operandi’ había cambiado. Ahora los ataques eran precedidos por cartas amenazantes firmadas por Ned Ludd. Cartas como esta:
Nos hemos enterado hace unos días que has comprado máquinas de tundir y si no las haces desaparecer en menos de quince días nosotros las destruiremos; y contigo haremos lo mismo, maldito perro infernal. Y por Dios Todopoderoso destruiremos todas las fábricas que tengan máquinas de tundir, os sacaremos a todos vuestros malditos corazones del pecho y nos mofaremos de los demás, les pegaremos o les haremos lo mismo que a vosotros.
Ludd nunca existió y estuvo inspirado en un supuesto aprendiz que 22 años antes destruyó dos telares tras ser castigado por su jefe. Ned Ludd “encarna el derecho del pobre para ganarse la vida y defender las costumbres de su oficio contra los indecentes depredadores capitalistas, evidencia la fuerte independencia de una comunidad preparada para resistir por sí misma la idea de que las fuerzas del mercado más que los valores morales deben determinar el destino del trabajo”, según el historiador Adrian Randall.
La respuesta del Gobierno británico fue implacable. 12.000 soldados se desplegaron para luchar contra los luditas, superando en número a las tropas enviadas a la península ibérica para luchar contra Napoleón. El parlamento aprobó en 1812 una ley que castigaba con pena de muerte la destrucción de máquinas.
Al menos 30 luditas fueron ahorcados y más de 60 fueron desterrados a Australia. Aunque para 1813 el movimiento ludita estaba casi desmantelado, los últimos disturbios atribuibles a los luditas ocurrieron en 1817. Más de mil hilanderías no sobrevivieron a la furia del mítico Ned Ludd. El ‘laissez-faire’ le había ganado la batalla al ludismo.
No es la tecnología, es el capitalismo
Diversas motivaciones ‘a posteriori’ se han atribuido a los luditas. Para Steven E. Jones, profesor de la Universidad del Sur de Florida y autor del libro ‘Against Technology’ el ludismo original era un “movimiento obrero” que no estaba contra la tecnología ‘per se’. “De hecho eran usuarios de la tecnologías que solo querían un salario justo por su trabajo y no ser dejados fuera de servicio por los dueños de la industria”, explica Jones.
“No estaban opuestos filosóficamente a la tecnología con mayúscula. Consideraban la maquinaría parte de su propio ambiente y querían mantener el control sobre él, de la misma forma que su ‘gremio’ lo había deseado mantener durante generaciones”. Los destructores de máquinas, según la historiadora Maxine Berg, “criticaban la rápida introducción de nuevas técnicas en situaciones que daban como resultado inmediato el desempleo tecnológico”.
Por su parte, el historiador David F. Noble defiende en su libro ‘Una visión diferente del progreso: En defensa del ludismo’ que los análisis que se hicieron del ludismo “constituyeron un esfuerzo ‘post hoc’ para negar legitimidad y racionalidad” al movimiento “con el fin de garantizar el triunfo del capitalismo”.
Frente al mito de que se oponían al progreso tecnológico, Noble argumenta que ni creían ni podían creer en él “dado que se trataba de una idea extraña a ellos que fue inventada después para intentar prevenir su reaparición. A la luz de esta invención, los luditas fueron tratados como irracionales, provincianos, inútiles y primitivos. En realidad, los luditas fueron quizás los últimos que en Occidente percibieron la tecnología en su presente concreto, y actuaron consecuentemente”.
Pero el ludismo no fue igual en todas las zonas de Inglaterra. En la zona de Nottingham y Leicester “no había nueva tecnología a la que oponerse pero los luditas protestaron destruyendo máquinas más que atacando físicamente a los patrones”, explica Kevin Binfield, autor del libro ‘Writing of the Luddites’ y profesor de la Universidad de Murray State.
En Yorkshire “dos máquinas inventadas aunque prohibidas hace dos siglos estaban siendo implantadas en las fábricas específicamente para reemplazar a los cosechadores altamente cualificados y con buenos salarios. Las máquinas reducían la mano de obra necesaria mientras que en otras regiones luditas los patrones reemplazaban principalmente a los trabajadores bien remunerados por otros mal pagados”, detalla Binfield.
“Solo en Yorkshire puede decirse que los luditas se oponían realmente al uso de la tecnología en sí mismo, ya que esas máquinas estaban reemplazando a los trabajadores”. Para el imaginario colectivo los luditas fueron asociados con la variedad violenta de Yorkshire “porque fue mucho más simple, más directo y más violento” que en otras regiones, arguye el historiador.
Aunque se hayan llevado la fama, los luditas tampoco fueron pioneros en eso de destrozar máquinas. Desde el siglo XVIII hay registrados en Inglaterra disturbios en los que se atacaron los medios de producción como forma de “negociación colectiva” según el historiador marxista Eric Hobsbawn. En su opinión los luditas no tuvieron especial hostilidad contra las máquinas y usaron los ataques contra la maquinaria como “medio de coerción contra sus empleadores para garantizarles concesiones respecto a los salarios y otros asuntos laborales”.
Este tipo de acciones “no estaba dirigido solo contra las máquinas sino también contra las materias primas, los bienes terminados e incluso contra la propiedad privada de los empleadores, dependiendo de a que tipo de daño fuesen más sensibles. Los destructores de máquinas del siglo XIX no estaban preocupados por el progreso técnico en abstracto”.
Pese a que hoy consideremos la llegada de nuevas tecnologías progreso, para los que vivían durante la Revolución Industrial la máquina “no era una conquista, sino el resultado de una imposición”, opina Maxine Berg. En los albores de la Revolución Industrial “aún parecía posible detener el rápido proceso de cambio tecnológico”.
Para los historiadores revisionistas que han replanteado la percepción que se tenía de los luditas su resistencia fue bastante racional, contaron con un amplio apoyo y tuvieron éxitos como el despertar de una conciencia política entre los trabajadores. “Aunque en su mayor parte fuesen ahorcados o desterrados, es posible argüir que triunfaron como un movimiento simbólico y subcultural, como evidencia el hecho de que los escritores y los activistas continúan citando su ejemplo más de 200 años después”, argumenta Steven Jones.
La inevitable mecanización industrial es la razón por la que fracasó el ludismo, según muchos historiadores, una interpretación que descarta Kevin Binfield: “el ludismo se extinguió cuando se volvió violento contra las personas”, incentivando una fuerte represión gubernamental contra el movimiento obrero.
Una interpretación que el propio Karl Marx incluyó en ‘El Capital’. Y es que según el alemán el movimiento ludita dio “un pretexto para la adopción de las medidas más reaccionarias y enérgicas. Faltaban tiempo y experiencia antes de que los obreros aprendiesen a distinguir entre la maquinaria y su empleo por parte del capital”.
Y es que no solo los capitalistas atacaron el “antimaquinismo”; Marx consideraba que el progreso de la tecnología era “la contribución del capitalismo al progreso humano” y Engels llamó al sabotaje “el pecado juvenil del movimiento obrero”. Por todo ello atacaron a los luditas por contrarrevolucionarios.
Aun así, como señala David Noble, las pocas pruebas históricas hace difícil saber realmente “la transcendencia concreta que tenía la destrucción de las máquinas en el contexto del movimiento de los trabajadores”. Pero se puede concluir que los luditas no eran tecnófobos temorosos del mundo moderno sino obreristas que luchaban por sus derechos en una época en que el sindicalismo aún estaba perseguido.
Capitán Swing
Pero el ludismo no fue el único movimiento obrero en los comienzos del siglo XIX en Inglaterra que atacó las innovaciones tecnológicas. Los trabajadores agrícolas del sureste del país destruyeron más de 100 máquinas trilladoras en 1830. Fue conocido como las revueltas de Swing debido al nombre con el que se firmaron varias cartas amenazadoras: el ficticio Capitán Swing.
En este caso, explica Noble, los trabajadores tampoco se oponían a las trilladoras sino a “la eliminación del trabajo de invierno, a la amenaza del desempleo y, en términos generales, a la proletarización del trabajo agrícola”. En su opinión, “los trabajadores estaban reaccionando contra la intrusión de las relaciones sociales capitalistas, marcadas por la dominación y la esclavitud asalariada, y eran perfectamente conscientes de que la introducción de las nuevas tecnologías por sus enemigos formaba parte del esfuerzo capitalista por arruinarlos”.
Otra interpretación histórica, desarrollada por Geoffrey Bernstein, aboga que la destrucción de máquinas era más que una mera táctica. Bernstein indica que destrozar máquinas era realmente lo principal al ser “una estrategia de movilización para los trabajadores”. Al fin y al cabo, la destrucción de la maquinaria era el distintivo del movimiento ludita y de las revueltas de Swing y sirvió para dar coherencia al movimiento, promovió lealtades para unificar estrategias a través de figuras míticas como Ludd y Swing y dio a los trabajadores un sentido de solidaridad que amplió su poder, según el análisis de Bernstein.
Neoludismo
Volvamos al comienzo. Un ‘lobby’ del gran capital tecnológico llama despectivamente ludita a un capitalista creyente en el progreso tecnológico. Definitivamente no se le puede llamar ludita pero tampoco tecnófobo. Es ridículo y es una forma de desacreditar cualquier tipo de crítica a algunas tecnologías como si fuese una ofensiva contra la mismísima innovación tecnológica. Mención aparte se merece considerar tecnología la “economía colaborativa” de Airbnb y Uber.
Y es que el término ludismo ha sido gravemente tergiversado, en opinión de Kevin Binfield, tanto por los actuales tecnófobos que “quieren introducirse en un discurso de ‘originalismo’ y dar un nombre a su ideas” y por los tecnófilos que “quieren etiquetar a aquellos que se oponen a la automatización con el nombre de uno de los perdedores de las clases de historia”.
Como señala Binfield, “más del 80% de los trabajos perdidos en Estados Unidos desde el año 2000 ha sido debido a la automatización” más que al traslado de fábricas a otros países pero “la clase obrera estadounidense demoniza a los trabajadores chinos y mexicanos como ladrones de puestos de trabajo” en vez de a las mejoras tecnológicas introducidas por los capitalistas para reducir los costes de mano de obra.
“Los hoy llamados luditas, en realidad neoluditas, a menudo son simplemente nostálgicos de un supuesto pasado libre de tecnología que nunca existió realmente. Son luditas como forma de vida, una posición basada en un cierto privilegio que los luditas no tenían”, agrega Steven Jones. “Pero eso no quiere decir que las problemáticas de la automatización, el trabajo y la propiedad de las tecnologías no sean importante hoy”.
El debate sobre el progreso tecnológico y sus efectos sigue abierto. Así que al menos usemos correctamente los términos “ludita” y “tecnófobo”.
Fotos | iStock, Denis.g.rancourt
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La noticia La verdadera historia de los luditas: no era tecnofobia, era lucha de clases fue publicada originalmente en Xataka por Fermín Grodira .
Gracias a Fermín Grodira
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