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Parece que necesitamos profetas. Ellos son nuestra salvaguardia, la creencia de que algo viene y algo cambia, la seguridad y la certeza. De los milleritas a los Adventistas del Séptimo Día, de Moisés a Josué, de Lot al propio Jesucristo, del médico y astrólogo occitano Michel de Nôtre-Dame —latinizado como Nostradamus— a los gurús de la ciencia moderna. Leen el mundo entre líneas, disciernen más allá de lo obvio o sospechan entre lo desconocido.
Con la tecnología estamos viviendo una especie de sincretismo. Es decir: un intento perpetuo de conciliar distintas doctrinas y advenimientos. Así creemos que todo va bien, que todo mejora, sin discusión. Y, aunque esto es empíricamente cierto leyendo cifras, también estamos ante una percepción buenista sobre la que conviene matizar. Porque nuestra percepción misma del bienestar ha mutado.
En el vídeo que encabeza estas líneas puedes escuchar a una de las voces más autorizadas del país en materia tecnológica. Fundador y CEO de Zerintia Technologies y del Grupo Kebala, la incubadora de negocios, Pedro Diezma es algo más que un experto en wearables: es un verdadero profeta tecnológico. Pero vamos a tratar de analizar las paradojas que generan sus predicciones tecnológicas.
Realidades paralelas: aumentada y mixta
Quien más y quien menos sabe que 'Pokémon Go' no es realidad aumentada, sino objetos 3D pintados sobre la imagen de la cámara, sincronizando el dispositivo del movimiento pero no la posición real. Pero, como señala Diezma, el juego de Niantic ha logrado acercar la AR a un nuevo público, al menos en un sentido rudimentario.
Aunque 2016 ha sido el año de la Realidad Virtual, de PlayStation VR, de HTC Vive y Oculus, es obvio que la realidad mixta ganará la partida: si bien la primera abstrae y aísla, es más “alienante” y exige cierta “exclusividad”, la segunda integra información sobre el entorno que nos rodea, sino que añade capas de profundidad. Si a esto sumamos trajes y guantes hápticos tendremos un interesante escenario.
Llegará el momento donde tengamos que mirar por la ventana y convivir con una realidad incómoda
Pero aquí viene la primera paradoja: ¿un mundo lleno de falsas sensaciones, de estimulación virtual, mientras ignoramos el real? Hace un par de días amanecíamos con estas fotos —claro, como en Madrid no hay contaminación, dirán algunos—.
Esas fotos hablan de problemas reales. Podemos quedarnos en casa jugando a Job Simulator desde unas Oculus, pero llegará el momento en que tendremos que mirar por la ventana y convivir con una realidad incómoda.
Sensores, smartwatches y healthbands
Supuesto dos: como señala el propio Pedro Diezma en el vídeo «en 2016 hemos visto empresas como Pebble han desaparecido». La industria de los smartwatches ha ralentizado su producción atendiendo a una demanda inferior a la esperada, pese a que empresas como Samsung con su línea Gear o LG están apostando fuerte por la sensórica.
La sensórica puede ayudar a conformar un perfil médico mucho más amplio
Desde un chupete inteligente para detectar fiebre hasta bandas que miden la electricidad de la piel, el nivel de azúcar, detectan un catarro o avisan de picos en la presión sanguínea: los sensores pueden llevar al ámbito médico toda esta información, creando un historial más completo de cara a tratamientos futuros.
Segunda paradoja: mientras combatimos los problemas de la edad adulta, ¿dónde dejamos las carencias en educación y desarrollo en la infancia? Los sistemas educativos tradicionales apenas han mutado en los últimos 60 años. Podemos colocar sensores a un niño de ocho años para desarrollar la industria juguetera de sus sueños, pero deberíamos cuidar más qué es lo que piensa ese mismo niño.
Los sensores fundamentan su “conocimiento” en lo que ya sabemos de carreras vetustas. Pero no siempre esa traducción es positiva. De hecho, la RV en niños es peligrosa. Un menor de 8 años no puede distinguir entre vivencias virtuales y recuerdos reales. No se trata de un sueño: la RV genera recuerdos falsos. Y algunos adultos tienen problemas para “volver” al mundo real.
Asistentes virtuales controlados por voz
De Siri a Cortana, de Amazon Echo a Google Home, los bots para el control del hogar son más inteligentes que nunca: se comunican con tus luces, termostato o persianas. Según Diezma «el interfaz del futuro vendrá impulsado por los servicios de voz». A esto hay que sumar el deep learning, ese “aprendizaje por sí solos”, donde estudiarán nuestros hábitos y gustos para conformar el perfil de nosotros como dueños.
Los analistas no confían en los objetivos pero apuestan por invertir
Pero si algo está demostrando este sistema es que para aprender deben cometer errores. Y a nadie le gusta que un robot se vuelva loco. La paradoja está servida: los analistas no confían en los objetivos de los fabricantes, ni en los plazos de entrega ni en los resultados, pero recomiendan acometer las inversiones. O, lo que es lo mismo, no perderse ningún barco.
Esto está siendo realmente acusado con el Autopilot de Tesla. Hace algún tiempo hablamos del dilema moral que enfrenta enseñarle ética a una máquina, que el gran reto estaba, precisamente, en hacerle discernir bajo nuestras propias reglas. Pero es que nuestras reglas son imperfectas. Tal vez la obediencia absoluta no sea la solución.
A juzgar por IA’s como Tay, el bot conversacional desarrollado para imitar a un adolescente de entre 18 y 24 años, y que acabó siendo retirada por xenófoba, antisemita y machista, el deep learning ha logrado, antes que sorprendernos, recordarnos lo peor de nosotros mismos.
Hiperconectividad a todas horas
El Internet de las cosas habla de objetos conectados a una red para enviar y recibir información; una niebla de datos —fog computing—, en definitiva, ya que nadie necesita almacenar tanta información: algunos de estos datos se archivan, otros se eliminan una vez procesados. Como apunta Diezma «podemos tener drones o plantas de producción conectadas. El Internet de las cosas es todo: llegará el día en que compremos unas zapatillas Nike y estén conectadas».
Todo es smart pero, ¿y nosotros? ¿Qué ha quedado de la interacción directa?
Efectivamente, tenemos bicis conectadas, raquetas conectadas o neveras gigantes conectadas. La joyería smart ya es una realidad y con la ropa estamos ante una situación análoga. Todo es smart, al servicio de un big BIG data. Pero, ¿y nosotros? ¿Qué ha quedado del aventurarse a la interacción humana, quedar con amigos de carne y hueso y mirarse a la cara, de vez en cuando?
Si Jonathan Franzen insistía en que la socialización en línea ha construido una barrera invisible donde sólo atendemos a una cultura trivial, o Susan Greenfield señalaba que, a través de la pantalla, los jóvenes no saben diferenciar mentira de verdad, el montaje de la pura experiencia experta, los estudios nos recuerdan que nuestra forma de comunicación y consumo cultural buscando la satisfacción inmediata nos está atrofiando, tanto la capacidad de interpretar como de consolidar conocimientos.
El humano aumentado
Éste es uno de los grandes sueños: el augmented human, el hombre aumentado empoderado. No hablamos de un chip en el cerebro o una cadera protésica. Como apunta Pedro Diezma, este progreso «puede venir motivado por la genética, la química, la electrónica y la mecánica».
¿Un hombre aumentado cuando aún no hemos dar con curas a enfermedades mortales o adicciones?
Los exoesqueletos están haciendo maravillas entre los trabajadores de almacén, el biohacking a nivel genético puede ayudar a diferentes niveles: cortar cadenas de ADN para predecir enfermedades, controlar mutaciones y enfermedades hereditarias, darnos más capacidad —cansarnos menos, mejorar nuestro metabolismo, aprender más rápido— y corregir todo eso que nos hace imperfectos. Es una realidad palpable.
La paradoja, en este caso, es más oscura: ¿un hombre aumentado cuando aún no hemos dar con curas a enfermedades mortales o adicciones terribles? ¿No estamos saltándonos pasos? Mientras los sustitutos del azúcar promueven la enfermedad del siglo XXI —la obesidad, para más señas—, no podemos evitar pensar en este escenario: mejorar, sí, pero ¿hasta dónde? Si el futuro promete un hombre superior, siguiendo la teoría de la Patrulla-X podríamos preguntarnos: ¿a qué llamamos realmente “superior”?
Coda final: el futuro es el presente
Diezma sentencia «todas estas tecnologías tienen a confluir: el futuro no se compone de una tecnología sino de muchas». Ese sincretismo del que hablábamos, donde una potenciación general de las tecnologías generarán un escenario de una hiperconectividad individualista.
Educación, sanidad, natalidad, economía social y medio ambiente son las verdaderas asignaturas pendientes
El estado de la tecnología avanza tan rápido que sobrepasa nuestros hábitos y costumbres. Es decir: heredamos los errores de la carne mientras tanto la tecnología avanza imparable. Lo que está por venir tiene forma atractiva, desde luego, pero no podemos sino atender al realismo: a cada solución de futuro surge una problemática heredada.
Educación, sanidad, natalidad, economía social y medio ambiente son las verdaderas asignaturas pendientes, las más complejas de resolver, y en las que la tecnología debe incidir. O el futuro sólo será una extensión techie del mismo presente. El resto son profecías al aire.
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La noticia Las paradojas sociales que generan las tendencias tecnológicas del futuro fue publicada originalmente en Xataka por Vodafone One .
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