Ir más lejos de lo que nunca nadie había llegado. Ese era el objetivo expreso de las sondas Voyager cuando se lanzaron en el verano boreal de 1977. La expectación era máxima y, por ello, un grupo de científicos pidieron a la NASA incluir algún objeto que sirviera como cápsula del tiempo de lo que eran la Tierra y los seres humanos en esa época. Si alguna raza extraterrestre se encontraba con la sonda en el futuro podría hacerse una idea de quién lo mandaba. Era nuestra carta de presentación cósmica.
Para diseñarla, las mejores mentes de la NASA y de la academia estadounidense crearon un comité presidido por el mismísimo Carl Sagan de la Universidad de Cornell. El resultado fue una pieza preciosa y, a juicio de Rebecca Orchard y Sheri Wells-Jensen de la Bowling Green State University de Ohio, un galimatías inmenso que (muy probablemente) nadie sería capaz de entender.
Un regalo bellísimo...
Los famosísimos discos de oro de las Voyager contienen muchas cosas: saludos en 56 idiomas, innumerables sonidos de la Tierra (viento, lluvia, locomotoras, pájaros, besos, volcanes terremotos, etc.…), fórmulas químicas de los elementos más comunes de la Tierra, una grabación de una hora de las ondas cerebrales de Ann Druyan, 116 fotografías de la vida y la sociedad terrícola y música. Mucha música: desde el ‘Concierto de Brandemburgo’ de Bach a música tribal indonesia pasando por piezas de Mozart, Stravinsky o Louis Armstrong.
Jimmy Carter, el presidente de EEUU, explicaba que "este es un regalo de un pequeño mundo, un mundo distante, una muestra de nuestros sonidos, nuestra ciencia, nuestras imágenes, nuestra música, nuestros pensamientos y sentimientos. Estamos intentando sobrevivir a nuestro tiempo para poder vivir en el vuestro”.
...para quien lo entienda.
Como dice Orchard, “los discos de oro son un bello artefacto y una representación de cómo los humanos queremos vernos a nosotros mismos, pero parece pensando para ser recibido e interpretado por algo que tiene las capacidades sensoriales del ser humano promedio”. Si eso no ocurre, si los futuros alienígenas funcionan de forma distinta a nosotros, el disco dorado se convierte en algo muy confuso.
Orchard y Wells-Jensen revisitaron el material de los discos para la convención anual de la Sociedad Nacional del Espacio que se celebró este sábado en Los Ángeles. Rápidamente se dieron cuenta de que el material podía ser muy interesante, pero darle sentido podía ser toda una proeza.
Cuando no piensas en la experiencia de usuario
No había forma de vincular imágenes y sonidos, ni parecía sencillo entender qué hacían la música regional javanesa junto a las obras de Bach. Lo que ocurre cuando no se piensa en la experiencia de usuario. A juicio de los investigadores, si somos sinceros con nosotros mismos, parece evidente que no hemos mandado un mensaje en una botella. Hemos mandado un acertijo dentro de un sudoku dentro de un cubo de Rubik.
Tal y como expusieron el sábado, los extraterrestres se las van a ver y se las van a desear para entender los discos. Pero sus conclusiones van más allá: "Lo que este proyecto ha demostrado es que realmente no podemos controlar la impresión que vamos a dar", explicaba Orchard en The Guardian. “Quizás lo que mejor hable de nuestra humanidad es el hecho de que hayamos mandado un mensaje sobre quienes somos”. Aunque nadie lo pueda entender.
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La noticia No hemos mandado un mensaje al espacio, hemos mandado un sudoku: revisitando los 'confusos' discos de las Voyager 42 años después fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .
Gracias a Javier Jiménez
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