Corea del Norte y Suecia es una relación de nombres a la que cuesta encontrar acomodo. Mientras el primero representa una dictadura cerrada y hermética, el segundo se asocia de forma automática con casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo. Buenas y divertidas. Y guapas. Y simpáticas. Y un largo etcétera.
De modo que la historia geopolítica de la humanidad tiende a no juntarlas: Corea del Norte es un eslabón perdido de los locos años del comunismo y Suecia es el ejemplo de la arcadia socialdemócrata. Bombas nucleares vs. Ikea. ¿Qué podría empujarnos a casarlos en el titular? Pues los increíbles años setenta, 300 millones de dólares y 1.000 coches Volvo.
Sí, 1.000 coches Volvo.
Historia de un amor fraudulento
Para entender cómo hemos llegado hasta aquí merece la pena recordar que Corea del Norte no siempre fue el agujero negro del progreso económico que es hoy. Poco después del armisticio de 1953, de hecho, el país crecía a un ritmo vertiginoso, espoleado en gran medida por su amable vecindad tanto con la Unión Soviética como con la China comunista de Mao Zedong. Un crecimiento del 25% del PIB interanual era su aval.
Corría el año 1974 y el mundo estaba más cerca de la crisis de los misiles que del desastre soviético en Afganistán, por lo que los sueños de un marxismo funcional y racional causaban furor en el corazón de numerosos europeos. Y Suecia, un país que desde la Segunda Guerra Mundial había optado por una economía mitad-liberalizada mitad-intervenida, tenía su núcleo de irredentos aún embelesados por el comunismo.
Por aquel entonces hacer negocios con Corea del Norte, un potencial e interesante mercado repleto de oportunidades, parecía algo atractivo. De modo que los empresarios y el gobierno sueco pusieron sus ojos en aquel país, hasta entonces inexplorado.
Suecia quería ganar varias cosas a cambio de vender sus lujosos bienes de mercado a Corea del Norte: primero, explotar su creciente boyantía económica; segundo, acceder a los numerosos recursos mineros del país, en un tiempo en el que Suecia aún tenía muy presente su prominencia minera en el continente europeo.
Naturalmente, a las cabezas pensantes de Corea del Norte todo les parecía estupendo, ya que abrir relaciones diplomáticas y ¡mercantiles! con un país capitalista del primer mundo les reconocía como un actor a tener en cuenta, una obsesión transversal a todos los líderes de La Mejor Corea. Así que cuando Volvo, la automovilística sueca, les ofreció unos elegantes Sedan 144 no se lo pensaron: póngame 1.000 de esas maravillas.
Suecia y Corea del Norte llegaron a celebrar una feria en Pyongyang en la que las culturas empresariales (?) de ambos países intercambiarían conocimientos. Y fue entonces cuando Suecia entendió el desastre que se avecinaba.
Bitch better have my money (o no)
Al poco de enviar los coches (o de hacer inversiones de alcance, como los gigantes industriales de la época Atlas Copco y Kockums), la deuda comenzó a acumularse. Era evidente que Corea del Norte tenía cero intenciones de devolver lo adeudado, y comoquiera que el gobierno sueco mantiene la contabilidad de todas las inversiones de sus empresas en el extranjero (a través de seguros crediticios), hoy sabemos cuánto le debe La Más Trilera Corea al reino escandinavo: unos 300 millones de euros.
Suecia había sido timada. Y sigue siendo timada.
Como explica un funcionario sueco a The Newsweek, el organismo encargado de velar por los seguros de impago por parte de países extranjeros mira las cuentas de Corea del Norte dos veces al año, comprueba que, efectivamente, la saga de los Kim continúa sin pagar, y añade la inflación y los intereses debidos al montante total.
Resultó que el éxito de Corea del Norte tuvo bastante de potra. El dinero acumulado por las tenues inversiones extranjeras y las ayudas de China y de la Unión Soviética terminó dilapidado en la fortuna personal de la élite y en proyectos de escala megalómana, con poca o nula rentabilidad futura. La economía del país, muy dirigista, se estancó y colapsó en los años sucesivos, llegando a su miseria actual.
Pese a que algunos diputados y empresarios suecos habían advertido de los riesgos, la idea de abrir un mercado allí donde ningún país occidental había puesto pie en tierra fue demasiado tentadora para Suecia. Y no muy popular: como explican en The Local, la historia tuvo más de leyenda que de realidad durante bastantes décadas en Suecia, hasta que sus periodistas descubrieron que efectivamente era verdad.
Como el dinero pendiente sigue en los libros, Suecia reclama la deuda regularmente. Sin éxito.
A Corea del Norte el trato le salió redondo. Los Volvo 144 siguen circulando por el país, y dado que el volumen de coches no es ni demasiado espectacular ni demasiado amplio, debe ser habitual observarlos a modo de taxi por las calles de Pyongyang. En Gizmodo calcularon cuánto podrían devolver de la deuda si los ponían a la venta, y les salió un muy deprimente 1%. Los coches, reliquias, están muy bien conservados.
De modo que si alguna vez viajas a La Mejor Corea y ves un Volvo, recuerda: estás participando en un fraude masivo al estado sueco.
Imagen | Roman Harak/Flickr
*Una versión anterior de este artículo se publicó en julio de 2017
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La noticia En 1974 Suecia vendió a Corea del Norte 1.000 coches Volvo. A día de hoy, Corea aún le debe 300 millones de dólares fue publicada originalmente en Xataka por Andrés P. Mohorte .
Gracias a Andrés P. Mohorte
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