Los implantes NFC ya se usan como algo habitual en países como Suecia, donde más de 4.000 personas los llevan voluntariamente para usarlos en el trabajo. Y se espera que millones de suecos más hagan lo mismo en la próxima década, cuando cumplan su proyecto de sustituir por completo los pagos en efectivo por pago con tarjeta (externa o contenida en uno de estos implantes). También, están empezando a popularizarse en Reino Unido, Japón y EE. UU.
Para entendernos, son como los chips RFID –siglas de Radio Frequency Identification– que se ponen a los perros bajo la piel con su número de identificación, solo que un poco más avanzados: incluyen un protocolo de comunicaciones NFC –siglas de Near Field Communication, el mismo que usas para pagar con una tarjeta de crédito contactless–, que puede ser programado para realizar tareas sencillas, como encender el móvil, abrir tu página de correo, o marcar la llamada a un número determinado.
Esa fue, precisamente, una de sus primeras funciones, cuando el sueco Jowan Osterlund, fundador de Biohax, hizo el experimento de programar un microchip para que telefoneara a su mujer, algo que ocurría cada vez que acercaba la mano (con el dispositivo implantado) a su móvil.
Hoy, seis años después de aquel experimento que debía de tener harta a la mujer de Osterlund, los implantes NFC que están operativos en el mercado pueden usarse para unas cuantas cosas más, como abrir cerraduras electrónicas, intercambiar tarjetas de visita, comprar chocolatinas o pasar los torniquetes electrónicos de la estación de cercanías como se hace con un abono transporte –como ocurre con la compañía nacional de ferrocarriles suecos, SJX, que ofrece la posibilidad de leer mediante NFC el implante, donde va grabada la identificación de usuario, con información del saldo que tiene para viajar–.
Fue en Estocolmo (Suecia) donde se empezaron a usar implantes NFC por primera vez, en Epicenter, una incubadora de start ups que ofreció a sus trabajadores llevar estos chips para que los identificara a la hora de fichar, pasar los controles de acceso, usar la impresora o comprar en las máquinas de vending de la oficina.
“Sustituye a la típica tarjeta de empleado, que se clona en el implante por una cuestión de comodidad y seguridad”, explica a Xataka Pau Adelantado, de 37 años, sociólogo, diseñador gráfico y entusiasta de la tecnología que, desde 2018, lleva en su mano izquierda uno de estos dispositivos.
¿Para qué pueden usarse?
“Ponérselo es prácticamente indoloro, se inserta en una zona con pocos puntos de sensibilidad y poca irrigación sanguínea. Además, es tan rápido que no te das ni cuenta”, nos cuenta Adelantado. El suyo se enciende cuando acerca el teléfono. Lo sabemos porque comienza a parpadear una diminuta luz naranja junto a la base de su dedo pulgar. “Lo uso básicamente para desbloquear el móvil y darle instrucciones sobre qué quiero que haga, como abrir el correo o mis redes sociales”, nos cuenta.
Dentro del Cyborg Foundation Labs al que pertenece, lo usa para probar distintos tipos de aplicaciones que soportan la tecnología NFC. Por el momento, solo cuatro personas en España portan este implante luminoso creado por Dsruptive, “aunque yo calculo que habrá unas cien que lleven chip NFC en nuestro país".
"Tengo constancia de que hay quien lo usa para guardar el código que abre una cerradura sin llave. Y Samsung, por ejemplo, vende cerraduras electrónicas que funcionan con este chip”, apunta Adelantado. De todas maneras, hoy por hoy, el perfil del usuario de estos chips es el de “gente que, más que funcionalidad, lo que busca es experimentar, visionarios movidos por el interés por probar cosas nuevas”, cuenta el almeriense Juanjo Tara a Xataka. Este ingeniero informático se dio cuenta “de que el cuerpo humano se estaba quedando fuera de la carrera de la digitalización, por eso, quise crear hardware para introducirlo en las personas”.
De diseño español
Confundador de la empresa de diseño de microimplantes Dsruptive, Juanjo Tara es el primer español que se mete en este negocio y el creador del chip que lleva Adelantado, un dispositivo NFC con una capacidad de almacenamiento de 2 Kb que no usa batería (“se alimenta de la radiofrecuencia del NFC”, nos explica Tara), lo que le permite tener el tamaño de un grano de arroz –2 x 15 mm–. Además, como novedad frente a otros chips similares en el mercado europeo, este incorpora un LED de colores: “cada vez que lo usas, se ilumina, sabes que se está activando y así nadie puede leerlo sin que tú lo sepas. Primero, cuando detecta un campo NFC, parpadea. Luego, cuando se hace la transacción de información, se queda fija la luz”, nos cuenta.
Son tan pequeños que se inyectan a nivel subcutáneo con una jeringa, entre los dedos pulgar e índice. La mayoría, como el que lleva Adelantado, “están fabricados con cristal de borosilicato muy fino y una antena de hilo de cobre muy fino que va enrollado dentro. No hay riesgo de rechazo porque no está en contacto directo con el riego sanguíneo profundo”, explica su portador. Además, la cápsula de fuera es totalmente biocompatible: “la compramos en una fábrica médica, y dentro metemos nuestra tecnología”, señala Tara. También, le quita hierro al temor de que la radiofrecuencia pueda ser nociva para la salud: “hemos pasado la prueba RED de la CE que da el visto bueno en este sentido”, nos dice.
¿Una amenaza a la privacidad?
Sin embargo, eso no impide que la idea de llevar un chip en el cuerpo que registre lo que hacemos sigue despertando temores, irracionales o no. ¿Y si estos microimplantes solo sirvieran para acrecentar más las diferencias de poder entre la empresa y el trabajador? Es la duda que ponen sobre la mesa expertos como Urs Gasser, director del Harvard’s Berkman Klein Center for Internet and Society, en una entrevista para The Guardian.
Cuando, en 2017, la compañía gringa Three Square Market alardeó en los medios de comunicación de que sus trabajadores se habían implantado microchips que funcionaban como una especie de tarjetas de empleado, la respuesta que recibió no fue solo de admiración. El público reaccionó con recelo, ¡por no hablar de ciertos grupos cristianos que la acusaron de ser el “anticristo”, y de haber puesto en sus empleados “la marca de la bestia”! La noticia provocó tanto revuelo que varios estados norteamericanos comenzaron tímidamente a redactar leyes que prohíben que la empresa acceda a estos datos por medios electrónicos sin el consentimiento explícito del trabajador.
Aparte de esto, “no existe problema ético ninguno en implantarse chips en cualquier parte del cuerpo. De hecho, la única diferencia entre usar un smartphone y llevar un chip injertado es que el primero lo llevamos implantado “fuera” y el segundo, “dentro”. Es más, si el implante de chips nos confiere mejoras en nuestras vidas, bienvenido sea. El problema está en el mal uso que pueda hacerse de esa tecnología”, opina Santiago Migallón filósofo especializado en mente e inteligencia artificial. El problema sería el mal uso de esa tecnología. "Es absolutamente inaceptable que los empleados sean observados sin que ellos sean conscientes de ello", añade.
Ese sería, uno de los posibles riesgos de esta tecnología que, como una tarjeta de empleado, por ahora permite saber dónde ha estado el trabajador, cuántas impresiones ha hecho y si ha comprado café en la máquina de vending. “Es verdad que, si para entrar el baño tienes que pasar por un control de acceso, tu jefe sabrá cuánto tiempo has estado allí... pero eso mismo pasa con la tarjeta física de empleado”, nos contesta Adelantado.
Y nos recalca que el implante NFC “es solo un pequeño dispositivo de almacenamiento de información, igual que podría ser un pen drive, aunque con mucha menos capacidad. Es decir, no supone un control extra, aparte de los (no pocos) que ya existen. Pero, sobre todo, se trata de “un chip pasivo, que no usa batería y no emite ni recibe información si no tiene un campo de NFC cerca. Y estos campos necesitan una distancia cortísima (de entre 2 y 5 cm) para actuar”.
Así que, si estás fuera de tu oficina o a más de 5 cm del lector NFC con tu implante, tu supervisor no tiene ninguna posibilidad de saber qué estás haciendo o dónde. Para eso, el chip tendría que llevar un GPS, lo que aumentaría demasiado su tamaño y necesitaría alimentación constante de una batería.
No olvidemos que, por otro lado, “los sistemas de control ya existen y son muy difíciles de burlar, como el sistema de reconocimiento facial, mucho más sofisticado que estos implantes y mucho más eficaz para recabar datos sobre las personas”, observa Adelantado. Lo mismo piensa Tara, que nos recalca que lo que se puede almacenar en un chip implantable “no es nada comparado con lo que sabe Google o el Applewatch de nosotros”.
Mientras, el campo de investigación hacia adonde avanzan estos microdispositivos no tiene tanto que ver con las herramientas de control y va por otros derroteros "que resulten más prácticos", según nos asegura este experto. “Por ejemplo, se está estudiando cómo usarlos para medir la glucosa en el momento, algo que sería muy útil porque hay un número muy grande de diabéticos entre la población”, nos dice.
¿Cuál sería el siguiente paso? “Meter sensores”, responde sin dudar. “El objetivo final es que comprobar tu estado físico sea tan fácil como mandar un email. Solo con acercar la mano al móvil, ya puedes saber cómo estás de salud”. En la actualidad, Dsruptive está trabajando con la empresa británica Imply, para desarrollar una app que lea la información médica de urgencia de un paciente, almacenada en uno de estos implantes. “Si ocurre una emergencia, solo con escanearte la mano en el hospital, ya podrían saber tu grupo sanguíneo, alergias a medicamentos, etc. Eso ayudaría mucho en el tratamiento en casos de urgencia”, señala.
Posibles peligros
Sin embargo, si bien esta tecnología puede no suponer una amenaza inminente para la privacidad en la actualidad, hay quien vislumbra sus posibles peligros para un futuro no muy lejano. "El implante es más invasivo que una tarjeta física, porque no te lo puedes quitar, lo llevas siempre puesto. Si por cualquier razón quieres que un movimiento tuyo pase inadvertido, podrías dejar la tarjeta de empleado en tu mesa, o usar la de otro compañero, pero con el implante la vigilancia es más difícil de esquivar", observa Javier De Rivera, sociólogo e investigador de la Universidad Complutense, experto en el impacto de la era digital en la sociedad.
Por otra parte, “si en el futuro estos chips pueden llevar sensores que midan datos biométricos de quien los lleva, como el nivel de azúcar en sangre o la temperatura, está información delicada será susceptible de que un jefe se exceda de sus funciones y la use sin el consentimiento del trabajador. Por ejemplo, si esta tecnología sigue desarrollándose en el campo de la salud, la empresa podría sospechar que una trabajadora está embarazada al llevar un seguimiento de su temperatura basal mediante el implante", nos apunta el sociólogo.
Por otra parte, estos implantes se caracterizan por su gran versatilidad, porque pueden conectarse fácilmente con otros dispositivos (móvil, weareables). En el futuro, podría usarse, tal vez, para “trasladar información sensible de un punto a otro en una persona, almacenada en su implante; es mucho más seguro que si circula por la red”, aventura Adelantado.
¿Pero estaría esa información a salvo de hackeos o accesos indeaseados? Según Tara, “se puede dividir la memoria del chip en una parte pública y otra privada, protegida con una contraseña”. Además, se están probando pequeños programas de criptografía para incluir en el implante. “Al contrario, más fácil que hackear uno de estos dispositivos es usarlos para realizar ataques informáticos a través de ellos. Como es un chip virgen, se podría guardar en él un código malicioso para infectar sistemas, como la red de trenes sueca, por ejemplo.
Al final, "estos chips implantables son solo un dispositivo de hardware que puede usarse como herramienta de control, ciberseguridad, contrapoder, como una ayuda para la salud... lo que sea”, apostilla Adelantado. En la misma línea, Tara nos recalca que “la tecnología, al final, resuelve más problemas de los que añade. Si ayudamos a un millón de personas, de las cuales a una le leen su información privada, siempre merece la pena”.
Eso sí, Tara también tiene claro que “la propiedad de los datos es del usuario”, por eso, en la web de su empresa, Dsruptive, podemos leer un manifiesto con la ética de sus productos: “no vendemos a empresas que puedan obligar a ponérselo a sus trabajadores, o que entendamos que puedan vulnerar la libertad individual de las personas”, asegura.
En un estudio de piercing
En países como Suecia, los chips NFC pueden ser insertados bajo la piel legalmente por cualquier estudio de piercing y tatuaje. Mucho más a la zaga está España, donde, según Tara, “la tecnología está poco madura para este tipo de desarrollos. Cuesta encontrar proveedores de electrónica en este campo, a pesar de que suscita más interés del que pensábamos. El mercado principal está en Suecia y Reino Unidos (donde están los dos mayores fabricantes de esta tecnología, Biohax y BioTec, respectivamente), seguidos de Japón”.
Por lo pronto, este ingeniero informático lleva el suyo puesto bajo la piel y lo usa, entre otras cosas, como una tarjeta de visita digital que, por cierto, nunca se le olvidar en casa. “Al acercar la mano al teléfono con NFC de alguien, se abre mi perfil de Linkedin, para que esa persona lo tenga”, nos dice. Para 2020, tiene encargados 2.200 de sus implantes, “hasta 500 que nos han pedido de China”.
Fotos | iStock, Juanjo Tara
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La noticia El dilema de ponerse (o no) un microchip bajo la piel: “Lo uso para desbloquear el móvil y darle instrucciones" fue publicada originalmente en Xataka por Laura G. de Rivera .
Gracias a Laura G. de Rivera
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