'The Good Place', la serie produicida por NBC y distribuida por Netflix fuera de Estados Unidos, llega a su final, como sabemos desde hace unos meses, con su cuarta temporada. El reciente anuncio de que su clímax será un episodio especial de hora y media no quita para que los fans afrontemos esta cuarta entrega de las aventuras de Eleanor y compañía con cierta melancolía, por mucho que a todas luces este sea el momento perfecto para dejarlo.
Sin entrar en más spoilers de la cuenta, esta cuarta temporada funciona como un espejo de la primera: volvemos al Lado Bueno, pero con el elenco de atormentados post-mortem que nos han acompañado durante toda la serie, intentando que otros cuatro humanos se conviertan en mejores personas. Quizás esta cuarta temporada, precisamente por su condición de suma de todo lo que hemos aprendido, esté denotando el agotamiento de la fórmula: al fin y al cabo estos cuatro nuevos humanos no tienen el carisma de los cuatro iniciales.
En cualquier caso, el viaje ha merecido la pena: con una buena saca de premios y nominaciones bajo el brazo (continua ganadora en los prestigiosos Hugo, eterna nominada en los Emmy, sobre todo en su área interpretativa), 'The Good Place' nos deja en el mejor momento, así que también vienen bien preguntarse por qué puede enorgullecerse de ello. Por qué 'The Good Place', usando recursos y trucos completamente ajenos a los grandes éxitos televisivos del momento, es tan rematadamente buena.
El punto de partida
De nuevo es complicado no entrar en spoilers con una serie que, al menos en su segunda y tercera temporadas va a giro radical por episodio, aunque posiblemente el más recordado de todos sea el del final de la primera temporada, que no desvelaremos aquí y que supone uno de los grandes momentos de la comedia televisiva moderna. Esencialmente, tenemos a una protagonista, Eleanor, que muere y es enviada al Lado Bueno, una especie de equivalente al Paraíso tradicional: todo el mundo es feliz y todos los que están merecen ser felices por el resto de la Eternidad.
Salvo que Eleanor no lo merece, claro. Al parecer ha habido un error administrativo y ha sido confundida con otra persona. En cuanto comenzamos a conocerla nos damos cuenta (y ella es la primera consciente de ello) de que ha llevado una vida lamentable, haciendo sufrir -de forma gloriosamente grotesca- a quienes la rodeaban, y el último sitio al que merece ir a parar es al Lado Bueno. Pero por supuesto, intentará que nadie se dé cuenta, y usará los conocimientos sobre ética y filosofía del que en teoría es su alma gemela, Chidi, para aprender a ser una buena persona.
Un punto de partida absolutamente delicioso y que, tras una primera temporada que se mueve en los códigos de la sitcom tradicional, con situaciones de enredo y decenas de secretos (¿puede que Eleonor no sea la única a la que le ha sucedido algo así? ¿qué reglas rigen exactamente en este extraño lugar? ¿seguro que es un paraíso tradicional? ¿alguna vez conseguirán decir una palabrota?), se convierte en una montaña rusa de giros y jugueteos con la narrativa serial. Pero antes nos ha presentado a un puñado de personajes extraordinariamente bien definidos, escritos e interpretados, lo que nos hará no querer perderlos de vista en las cuatro temporadas de la serie.
Para empezar tenemos, junto a la propia Eleonor, a su profesor de ética Chidi (William Jackson Harper), más preocupado durante su vida de los libros y la teoría que de hacer caso a otros humanos; a la filantrópica millonaria británica Tahani (Jameela Jamil), más bien adicta terminal a la fama y la atención; y el monje budista con voto de silencio Jason (Manny Jacinto), en realidad un imbécil que murió asfixiado en un atraco que salió mal. Como se puede ver, todos comparten una vida que quizás no les haya hecho del todo merecedores de estar en el Lado Bueno.
Frente a ellos están el Arquitecto del lugar, Michael (Ted Danson) y una inteligencia artificial que todo lo sabe y todo lo puede, Janet (D'Arcy Carden). Juntos intentarán, esencialmente, convertirse en mejores personas... o lo que sean, en el caso de Michael (Janet ya es la mejor versión de las posibles). Pronto la triquiñuela de engañar a los mismos poderes celestiales se convierte en una sincera preocupación por ser mejores personas, lo que sin duda enlaza con el fuerte componente ético de la serie.
La única serie con moraleja que merece la pena
Todos los capítulos plantean dilemas filosóficos y metafísicos, a veces de forma literal, ya que Chidi pone expresamente en marcha sus conocimientos sobre teoría e historia de la filosofía y explica los dilemas que se les presentan al grupo de amigos. El imperativo moral de Kant, por ejemplo, se desgrana desde el mismo punto de partida de la serie, a partir de las pretensiones utilitaristas de querer ser buena de Eleanor.
Pero hay más, continuamente: en la segunda temporada, los personajes se ven atrapados (no voy a contar cómo se llega a ello, pero incluyen un triángulo amoroso entre dos inteligencias artificiales y un idiota) en la doctrina del doble efecto de Tomás de Aquino, y discuten si se puede actuar de forma inmoral y secundaria si el propósito primordial es moral. Y con los continuos reseteos de los personajes en la temporada tercera sale a colación John Locke y la teoría de la identidad personal, que se basa en la memoria y los recuerdos como componentes esenciales de la individualidad.
Del imperativo categórico a la teoría de la identidad personal: 'The Good Place' es una desternillante lección magistral de ética y moral
El resultado es poco menos que la clase de filosofía más divertida de la historia, y todo se le debe a Michael Schur, inteligentísimo showrunner a quien también le debemos la deliciosa 'Parks and Recreation' para NBC. Algo más convencional (a veces acusaba demasiado ser una variación de 'The Office'), no por ello dejaba de ser una extravagancia inmensa, en la que analizaba el acercamiento del común de los mortales a las distintas posiciones de activismo político y social en el entorno de un ridículo funcionariado local. También suya es la comedia policial 'Brooklyn Nine-nine', muy inteligente y también llena de personajes para enmarcar.
Todo sumado es lo que hace tan especial e incomparable a las comedias de Schur: conceptos casi abstractos, de teoría política o ensayo filosófico, que encuentran aplicaciones prácticas en una ralea de personajes que a menudo tienen carencias afectivas graves... pero que resultan graciosísimos al chocar unos con otros. De nuevo en 'The Good Place' tenemos a unos cuantos humanos que no merecen el paraíso pero que consiguen, gracias a la tremenda humanidad que desprenden, que en unos pocos capítulos estemos jaleándolos para que se ganen las alas de ángel o lo que sea que se gane en ese sitio rarísimo en el que están.
Y al final... ¿cuál es la moraleja de 'The Good Place'? Cada cual sacará su enseñanza, pero la mía es que portarse bien con los demás es un trabajo que se aprende a hacer día a día. Ya ves qué cosa más de 'Barrio Sésamo'... pues 'The Good Place' habla de eso (y mucho más: ¿es la bondad un concepto rígido, vale solo con intentarlo, es el pasar desapercibido una posición ética válida?), pero sin monsergas ni moralejas obvias. Inyecta en el espectador ideas muy relativas (y por eso mismo, muy valiosas) sobre ética y moral, sin olvidarse jamás de cómo hacerle reir. 'Seinfeld' se hizo famosa por "ir sobre nada", es decir, por hacer comedia renunciando por completo a la enseñanza. 'The Good Place' debería pasar a la historia por haber logrado justo lo contrario con virtuosa perfección.
Cómo llegar al lado bueno
Fue después de sus primeros éxitos en televisión cuando Schur, como cuenta en este estupendo reportaje de The New York Times, recibió carta blanca por parte de la NBC para realizar su nueva comedia. Como punto de partida, Schur planteó distanciarse de esa "amoralidad" que había implantado 'Seinfeld' y recuerda una cita del desaparecido David Foster Wallace, ciertamente inspiradora, y que empieza diciendo "Son tiempos oscuros y estúpidos, ¿pero necesitamos ficciones que todo lo que hagan sea dramatizar lo oscuro y estúpido que es todo?"
La idea para 'The Good Place' partió de una anécdota personal que parece, cien por cien, la biografía de uno de los personajes de la serie: tras un accidente de tráfico, una de las personas implicadas pidió a Schur una cantidad exagerada de dinero como compensación por los daños, y él le dijo que se comprometía a donarlo a las víctimas del Katrina. La otra persona no pudo negarse, pero la idea se viralizó y se recaudó mucho más de lo esperado, lo que metió a Schur en una encrucijada moral que le dio la idea inicial para la serie: ¿y si las probabilidades de ir al Paraíso se contabilizaran como en un videojuego, con un sistema de puntos?
Esa idea tan elemental ha permanecido en la esencia misma de la serie, hasta el punto de ser el auténtico nudo gordiano de la cuarta temporada. Pero se fue complicando cuando Schur y su mujer, también guionista -y protagonista original de la anécdota del accidente- comenzaron a leer y documentarse sobre filosofía. Se matricularon en la universidad. Contrataron a profesores como "asesores filosóficos" de la producción y los invitaron a que dieran charlas para el reparto. Los libros que han servido de bibliografía aparecen en ésta, a menudo explicados por Chidi... y ridículamente banalizados por Eleanor. El resultado es una producción que va mucho, mucho más allá de lo que puedes esperar a partir de su planteamiento.
Ciencia-ficción sin naves espaciales
Una de las cosas que distinguen a la ciencia-ficción de, por ejemplo, la fantasía o incluso el terror y otros géneros fantásticos es la imposición de una serie de reglas, casi rígidas e inamovibles, que hay que cumplir y que son las que dan credibilidad a lo irreal. Los replicantes son casi indistinguibles de los humanos. Alien tiene un ciclo reproductivo muy específico. La Fuerza tiene un Lado Oscuro y la especia alarga la vida y otorga la precognición. 'The Good Place' también rebosa reglas inamovibles, aunque se replanteen en cada episodio.
Es decir, el juego de 'The Good Place' es el de encontrar "fallas" en esas reglas que permita que las relativicemos continuamente: los Lados Buenos se convierten en Lados Malos, los muertos dejan de estarlo, el reseteo del Más Allá es continuo e incluso aparecen Lados Regulares. Sin que nada de eso contradiga lo mostrado anteriormente. Las reglas de 'The Good Place' son tan rigurosas como en la mejor ciencia-ficción, pero a cambio de un buen gag, son a la vez tan pervertibles como sea necesario.
Todo ello juega en favor de la imprevisibilidad de la serie y sus volantazos argumentales, inesperados pero coherentes. Y gracias a la capacidad de 'The Good Place' para fundamentarse en una estructura circular (¿cuántas veces hemos visto la sala de espera desde la que Michael -o quien toque- da la bienvenida a un alma en pena? ¿cuántas veces has oído la reconocible sintonía de la serie frente a su icónica cartela con el título?), que llega a cierta cima en su cuarta temporada, espejo de la primera, todo tiene un sentido global.
Todos esos condenados
Cada uno de los personajes de la serie tiene sus demoledoras características individuales, pero pocos los hay tan especiales como Michael, al que conocemos inicialmente como el Arquitecto del Lado Bueno pero que, según se desvelen sus auténticas intenciones, se convertirá en un auténtico fan de la condición humana y la infatigable capacidad de las personas para hacer el ridículo, equivocarse, condenarse al infierno... y salir adelante.
Quizás Ted Danson, que da vida a Michael, sea el ejemplo perfecto de cómo los actores levantan y dan vida a la serie: su dicción exquisita, masticando cada palabra como si estuviera descubriendo el idioma de los humanos por primera vez (en cierto sentido, así es), la dignidad con la que lleva trajes ridículos y su entusiasmo infantil, que contrasta con su exagerada envergadura (curiosamente, todo eso también se puede decir de Tahani)... todo ello conforma un personaje único, y que lleva muy a gala una constante celebración del descubrimiento, que es también de lo que va la serie.
Así es como funcionan todos, cada moral, cada lección ética que les hace progresar es celebrada por los personajes como si se vieran renovados en todos los episodios. La adorable estupidez de Jason, la enciclopédica sabiduría inútil para el día a día de Chidi, las ametralladoras de name-dropping de Tahani y la miseria moral cotidiana de Eleanor los convierten en fascinantes monigotes que descubren, al mismo ritmo que el espectador, los laberintos éticos del Lado Bueno. Y por eso queremos que se salven, porque es salvarnos un poco a nosotros mismos.
Y lo mismo pasa con el resto de los secundarios y sus intérpretes: la Juez omnipotente, tan justa como cargante, de Maya Rudolph; todas las variantes de Janet, de los bandazos morales de la propia D'Arcy Carden a su media naranja, esa especie de pseudoLoki zumbado que es Derek (Jason Mantzoukas); o el mejor de los demonios, Trevor (Josh Siega), pura y demoledora miseria y odio, cuyas explícitas descripciones del infierno ("la araña-culo") superan cualquier imagen de la Divina Comedia. O uno de los personajes más singulares de la serie, cuya sola descripción resume qué hace tan especial a 'The Good Place', Mindy St. Claire (Maribeth Monroe): cocainómana y abogada corporativa de los ochenta que fue, mayormente, una mala persona, pero hizo algo tan increíblemente bueno antes de morir que no hubo más remedio que enviarla al Lado Medio.
Todo un zoo de comportamientos extremos (o absolutamente equidistantes, que no necesariamente es lo mejor) que ilustran múltiples posicionamientos éticos y morales, algunos de los cuales no sabías que existían. O, al menos, no sabías que estaban categorizados. Y lo mejor: todo resulta divertidísimo. En la mejor tradición de comedias como las mencionadas 'Parks & Recreation' y 'Brooklyn Nine-Nine' de Schur, las inefables 'Community' o 'Rick y Morty' o la mucho más sencilla pero igualmente pasmosa en su capacidad para destilar humor puro a partir de situaciones abstractas '30 Rock': 'The Good Place' hace que parezca fácil hacer reir a partir de planteamientos tan sofisticados que es mucho más complicado explicarlos que, sencillamente, disfrutarlos. Como nos está pasando ahora mismo.
Y parte de la culpa la tienen los personajes y sus extraordinarios intérpretes, sí. Pero también la exquisita, inteligentísima decisión de que la serie no hable de ninguna religión y a la vez, hable de todas. O de que cada chiste aterrice con precisión matemática, con un ritmo impecable y una escritura prodigiosa. O sencillamente, que sea la serie con el punto de partida más absurdo de los últimos tiempos y, a la vez, la que mejor ha conseguido ahondar en todo aquello que nos hace humanos.
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La noticia 'The Good Place': quién nos iba a decir que una serie sobre ética, moral y la vida en el más allá sería una de las comedias del momento fue publicada originalmente en Xataka por John Tones .
Gracias a John Tones
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