La vida puede dar muchas vueltas. O ser el resultado de una carambola extraña. Tanto como para estudiar químicas, empezar a trabajar en una gran consultora donde te forman en Java, salir casi de forma abrupta para volver a tu Valladolid natal, hacerse cargo de la empresa familiar de venta de maderas y, en mitad de la anterior crisis, apostar por formarte en programación y acabar siendo una trabajadora remota en front end y CSS.
La historia de Diana Aceves está granada, además, de otros nombres propios, como Luis Herrero Jiménez (un profesor que le motivó especialmente en varias etapas de su vida como programadora), Gowex (empresa para la que trabajó) o Bilbostack (el primer evento en el que participó y que le abrió los ojos sobre la situación de la mujer en el mundo tecnológico).
La historia de Diana Aceves es también el relato de una programadora casi tardía, que ha tenido cosas claras en momentos claves de su vida y que no se arrepiente de las decisiones que tomó en el pasado porque, en definitiva, son las que le han llevado a donde está ahora.
Una química trabajando en backend
Diana Aceves es Licenciada en Químicas. Asegura que cuando terminó su carrera no había muchas salidas profesionales para esa licenciatura, pero que, coincidiendo con el boom de la llegada de Internet al ámbito doméstico (1998), las grandes consultoras contrataban licenciados de ciencias a falta de desarrolladores y programadores. “Entré en una empresa y pasé de no haber tocado casi un ordenador a salir programando en Java”, recuerda.
Llegó a ser la directora general de una empresa de venta de maderas, pero con 38 años se recicló y se convirtió en programadora
Gracias a esa formación recibida, estuvo cerca de 3 años como desarrolladora backend. Pero una mala experiencia con recursos humanos hizo que se marchara, casi de forma abrupta, de aquel puesto. ¿El destino? Su Valladolid natal, donde sus padres tenían una empresa de venta de maderas para ebanistas, muebles de cocina, etc. “Somos tres hermanas y mi padre siempre quiso que alguien se quedara con el negocio de los tableros, pero yo tenía muy claro que no quería ser esa hija”, asegura.
Y, sin embargo, acabó trabajando en ella los siguientes 7 años de su vida. “No tenía ni idea de manejar una empresa”, reconoce. Los últimos años se hizo cargo ella de la empresa, dejando a su padre casi jubilado. Pero, justo antes de la crisis de 2010, una empresa más grande, con una docena de almacenes por toda España, quería establecerse en Valladolid. “Nuestros clientes eran muy fieles, así que le compraron la empresa a mi padre y me quedé de directora”, recuerda. Sin embargo, con la anterior crisis económica la empresa grande se fue a quiebra y cerró. “Me quedé en la calle con 38 años”.
Tocar madera y tocar código
Tras quedarse en paro, Aceves realizó varios procesos selectivos. Asegura que estuvo en algunos muy interesantes. Y al llegar a la última entrevista de uno de ellos (para ser la directora de una oficina de Vodafone en Valladolid) se dio cuenta de que aquello no era lo que quería. “Me gustaba la dirección empresarial cuando era un negocio familiar, pero no como directora de Vodafone”, recuerda. Así que decidió retirarse del proceso de selección y apostar por el mundo de la programación.
Diana Aceves había dejado de programar en Java en 2002. “Si te desactualizas en cualquier sector, en informática mucho más”, expone. Así que, en 2011, consideraba que ya no sabía nada de aquello que en su momento aprendió. Salvo que programar era algo que le había gustado y que se le había dado bien. Y que tenía salidas laborales.
Tras mirar muchas opciones, consiguió además una beca para estudiar un curso largo de desarrollo web. “Cogí la indemnización del despido y con ese dinero me fui a vivir a Madrid los 6 meses que duraba la formación”, nos cuenta.
Reconoce que se tomó muy en serio esta formación. “Tenía una edad (38) en la que no podía hacer tonterías y tenía deudas que pagar”, recuerda. ¿Miedo? “Todos los del mundo”, confiesa, añadiendo que es muy cabezota. “Cuando decido algo, peleo por ello. Soy currante y me suele salir”. Tanto que, a toro pasado, asegura que la apuesta salió bien.
Para volver a formarse en programación, realizó un curso CICE de desarrollo web. Reconoce que estuvo a punto de decantarse por la programación en Android, que además estaba basada en Java. Pero consiguió una beca que le permitió pagar la mitad de la formación y no se lo pensó dos veces. “Programar en backend es más rollo porque no ves la interfaz, pero en front end es más divertido, porque las cosas se mueven”, añade.
Pese a que habían pasado 11 años, Aceves asegura que no le resultó difícil tocar código pasados tantos años. “En el curso vimos poca programación y un poco de Flash y JavaScript. Es lo básico, que tiene más que ver con algoritmos mentales y flujos lógicos que programación. Si se te da bien, es aprender sintaxis y poco más”, concluye.
Mi casa sigue estando en Valladolid
Recuerda especialmente a su profesor Luis Herrero Jiménez. “No solo es muy bueno, sino que sabe motivarte y eso es fundamental”, concede. Este profesor le aseguró que no tardaría en encontrar un trabajo al acabar la formación. “Pero yo tenía una casa en Valladolid que estaba pagando con hipoteca”, nos explica. Diana Aceves tuvo que volver a Valladolid porque con un trabajo de junior no podía pagar dos casas: la suya y la de alquiler en Madrid.
Se licenció en Químicas sin haber prácticamente tocado un ordenador. En su primer trabajo le formaron y salió sabiendo programar en Java
Tras acabar la formación, Aceves lo intentó como freelance. Ese primer año de no conocer a nadie apenas tuvo ingresos. Incluso tuvo que pedir dinero a sus padres para pagar la hipoteca. “Lo pasé mal, pero no tuve miedo”, asegura. Pero fueron unos meses que se le hicieron largos.
Mientras encontraba trabajos, se dedicó a copiar las páginas web que veía y que le parecían un reto, como la de Apple. Era su forma de seguir estudiando y mejorando como programadora. “Cogí experiencia sin que nadie me ofreciera trabajo”, explica. Y aunque su padre le animó a buscar incluso otros trabajos, ella siguió peleando hasta que aparecieron las oportunidades.
“Toda la experiencia de la empresa familiar me vino fenomenal, porque estuve varios años buscándome la vida de freelance. Como ya me las sabía todas, porque me había pegado con proveedores y clientes, eso me salvó de tener algunos de los problemas que, como freelance, se tienen en el mundo del software: que no te pagan, que no saben reclamar pagos, impuestos…”, explica.
El día que Gowex se cruzó en su camino
Reconoce que algunos de los proyectos que le llegaron como autónoma fueron casi de casualidad y que a veces le llegaban por Twitter. Trabajando en hacer una web para una tienda con un compañero de Málaga, un día vió en Twitter a una persona que buscaba un freelance para un proyecto importante, Gowex. Y buscaban un perfil como el suyo. “Tenía más experiencia real que otras personas porque estudiaba mucho. Mis conocimientos y mi destreza no estaban acorde con la experiencia real, estaban por encima”, asegura. “Mi plan funcionó, al estar cada vez más preparada”.
En realidad ella empezó a trabajar para la empresa Mobilers, en un proyecto conocido como Oficina WiFi, del Banco Santander en el que Gowex participaba como socio tecnológico. Aceves reconoce que la presencia del Santander fue, en este caso, su tabla de salvación, porque el banco fue recolocando a todos los afectados por el estallido de la burbuja Gowex en diferentes partners de la entidad. “Estuve con ellos haciendo proyectos muy chulos, como Bizum”, asegura.
La “fama” llegó en Twitter y Bilbostack
De nuevo Twitter le sirvió como ventana al mundo. Aunque, esta vez, para darse a conocer. “Empecé a hacer cursos y talleres y pronto se empezó a decir que eran buenos”. Algo que también achaca a que no había grandes opciones para hacer cursos CCS.
Pasó de no interesarse por los congresos y eventos a dar 7 charlas en un año y montar el suyo propio, Pucela Tech Day
Incluso le llamaron para dar una charla en Bilbostack en 2018. Diana Aceves reconoce, en este punto, que hasta ese momento había sido un poco ermitaña en el mundo del desarrollo. “Era un bicho raro, me sentía un poco outsider. Siempre iba a mi bola. No tenía ningún interés en ir un evento los fines de semana, solo quería aprender”, explica. Incluso reconoce que no entendía cómo la gente hacía estas actividades. “Evidentemente, luego me he tragado mis palabras, porque me gustó tanto que hasta he montado mi propio evento, el Pucela Tech Day”, añade.
Su charla en Bilbostack fue un éxito. “Me lo pasé muy bien, salieron varias colaboraciones y me empecé a mover para conocer a más gente”, recuerda. “Pasé de no haber dado una charla en mi vida a dar como 6-7 ese año”, recuerda. Y, con una sonrisa, asegura que hubo gente que le confesó que fue a ver su ponencia solo para confirmar que su cuenta de Twitter no era un bot.
La repercusión en Twitter fue tal que su profesor del máster se puso en contacto con ella para darle un nuevo empujón. “Tienes una oportunidad de oro para demostrar que las mujeres pueden dar charlas y no por una mera cuestión de cuotas”, le explicó. “Puedes ser una inspiración en el mundo de desarrollo para otras mujeres”.
El precio de dar la cara
Aceves asegura que aquellas palabras le hicieron pensar y reflexionar. “Nunca me había metido en feminismo y tampoco hacía nada para “devolver a la comunidad”, como se suele decir. Así que me planteé que sí, que tenía esa oportunidad”.
En su opinión, “cuando demuestras que vales y es incontestable, estás eliminando barreras que ayudan a los demás”. Así que empezó a interesarse por un tema que hasta ese momento había pasado desapercibido para ella: se puso a investigar qué pasaba en el sector del mundo de la programación y las mujeres. “Ahora soy consciente del problema”, sentencia.
Asegura que una de las cosas que más le llamó la atención es que “hace apenas dos años” la mayoría de los ponentes en los congresos y eventos eran hombres. Si había alguna mujer, era la más top de su gama. Su comparación es muy gráfica: “es como si te traes a Messi a jugar una pachanga con tus primos. La tía tiene que ser la número uno y, los demás, pueden ser no los referentes”, reflexiona.
Para ella, además, esto supone otro freno adicional para que otras mujeres se animen a subir a un estrado o un congreso y dar una charla. “Ellos siempre están representados, por los mejores y los peores. Nosotras no, porque solo nos permiten compararnos con Beyoncé”, expone como otro ejemplo. Además, se queja de que a una mujer no se le perdonaba que hiciera una mala charla. O que incluso en la misma charla los asistentes le corrijan. “Es como jugar a pasapalabra en tu sofá: desde la barrera todo es más fácil”, incide.
Cuando se percató de estas situaciones, empezó a alzar la voz. “Ahora es impensable que en un congreso solo haya ponentes masculinos, a todos nos choca. Pero hace dos años era una cosa completamente normal”, asegura. Y reconoce que dar la cara no es fácil. “Me he llevado muchos disgustos con estos temas. Hago ver estas situaciones y estoy orgullosa porque ahora es impensable que pasen estas cosas. No sé si es por convicción o por miedo, pero ya no pasan, y es lo importante”, sentencia. Y aunque asegura que sabe que cada vez que abre la boca se cierra puertas (“nunca sale gratis dar la cara”), cree que al mismo tiempo se abren las de las empresas que, como profesional, le interesan.
Y añade que el reto no es “dar una charla de lo que es ser mujer en el mundo de la programación (la conocida como Ley del Unicornio), sino de cuál es mi trabajo en el mundo de la programación”. Porque, tal y como explica, no es una cuestión de cuotas. “Nos han llegado a ofrecer charlas de lenguajes de programación que no controlas solo por el hecho de tener a una mujer como ponente”.
A lo hecho, pecho
Pese a estos sinsabores, Aceves asegura que no se arrepiente de las decisiones tomadas en el pasado. “No me arrepiento de ninguna decisión”. Por ejemplo, insiste en que “he sido muy feliz trabajando con mi padre”, pero reconoce que siendo directora general de una empresa “no me sentía realizada, aunque tampoco lo pretendía”. “Tenía un buen trabajo y sueldo. Pero a nivel personal no me aportaba”, concede.
Sin embargo, su trabajo actual “me flipa y me lo paso bien trabajando”. Por eso, subraya que “no pasa nada por tener X años y reciclarte”. Sin embargo, sí que reconoce que le hubiera gustado que, con 20 años, le hubieran avisado de que lo que le esperaba en la vida no se parecía a lo que estaba haciendo.
Diana Aceves cree que la de programador es una profesión “fantástica”. Asegura que no hace falta saber matemáticas o “ser un cerebrito”, pero sí que te tiene que gustar estar constantemente aprendiendo y estudiando. “Toda la vida, todos los meses, hay que reciclarse”.
Y aunque cree que si se hubiera quedado en Madrid después de haber acabado su formación habría podido empezar a ganar dinero al mes de salir de la escuela, tampoco se arrepiente de haberse ido a Valladolid. “No me apetecía vivir en Madrid. He trabajado en remoto todo el tiempo, aunque sea raro. Pero cuadró todo”.
Vistas las vueltas que ha dado su vida, ¿dónde se ve Diana Aceves dentro de 5 años? “Dentro de 5 años quiero estar en la empresa en la que estoy ahora trabajando, con una carrera profesional más allá de lo que puedo hacer ahora mismo”.
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La noticia De vender tableros a hacerse programadora: cambiar de carrera y pasarse al desarrollo rozando los 40 años fue publicada originalmente en Xataka por Arantxa Herranz .
Gracias a Arantxa Herranz
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