martes, 7 de julio de 2020

Ya estamos diseñando niños (más o menos): el secreto no está en la modificación, sino en la selección genética

Ya estamos diseñando niños (más o menos): el secreto no está en la modificación, sino en la selección genética

Somos capaces de modificar genéticamente numerosos organismos. Es más, se hace diariamente con fines de investigación y hasta comerciales. Por otro lado, ¿y si no fuera necesario modificar genéticamente para diseñar un genoma "al gusto"? ¿Y si en vez de eso bastase solo con poder elegir qué genes queremos y cuáles no?

La idea de poder eliminar nuestros defectos es tentadora. De ahí a poder "hacer un ser humano a la carta" hay solo un paso. ¿Tenemos ya la tecnología para hacerlo? Sí, la tenemos. ¿Y la razón moral para permitirlo? La cuestión puede parecer sencilla, pero nada más lejos de la realidad.

¿Se puede modificar genéticamente a los seres humanos?

La historia de Megan Simpson, un nombre ficticio, se hizo famosa hace casi una década. Su empeño por tener una hija le llevó a gastarse más de 40.000 dólares en tratamientos de inseminación artificial, a pesar de que ya tenía otros tres hijos (varones) sanos. ¿Acaso es legal modificar genéticamente para elegir el sexo de un bebé? No, no lo es. Precisamente, la palabra inseminación artificial hace referencia a cómo lo ha conseguido a pesar de que no parezca posible.

Me explico: la modificación consiste en utilizar técnicas avanzadas, como CRISPR Cas9 y cambiar el ADN del ser humano. Esto es más fácil de hacer en un embrión, porque tiene menos células y es más simple hacerlo durante su etapa de desarrollo. A pesar de que existen casos extraordinarios, lo cierto es que no es legal en casi ninguna parte del mundo modificar directamente el material genético de una persona.

Sin embargo, existe otro conjunto de técnicas, conocidas como selección embrionaria, que consisten en analizar el material genético de los embriones fertilizados y escoger los óptimos para ser implantados y que se desarrollen. Este procedimiento se emplea en la fertilización in vitro. Dicha selección tiene como objetivo el asegurar la capacidad reproductiva, un derecho humano fundamental, pero en el proceso se pueden elegir otras características. Aquí es donde encontramos el "truco".

No podemos modificar genes, pero sí elegirlos a la carta

La fecundación in vitro, o FIV, permite que parejas con problemas para concebir puedan tener hijos. Para ello existe un importante y extenso desarrollo tecnológico que da oportunidad a fecundar un embrión e implantarlo en la madre para su desarrollo. Con estas técnicas se puede controlar el proceso de concepción hasta puntos que parecen sacados de la ciencia ficción. Por ejemplo, el hecho de poder elegir qué genes "queremos": En la FIV se fecundan varios óvulos con espermatozoides en el laboratorio. De los embriones obtenidos se seleccionan los candidatos óptimos y se implantan en el útero para su gestación. Esto, como decíamos, significa escoger los genes que deseamos.

La técnica más usada y exitosa de selección embrionaria es el DGP, o diagnóstico genético preimplantacional, con la que se analiza el material genético de los embriones para comprobar si tienen cierta enfermedad. De esta manera escogemos a voluntad los embriones sanos. En el proceso, sin embargo, debido a que muchas enfermedades están asociadas a los genes sexuales, también se suele conocer el futuro sexo del embrión.

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Una vez determinados se eligen cuáles son los embriones óptimos según estos análisis y se implantan. Esta técnica está especialmente determinada para parejas que saben de antemano que pueden transmitir una enfermedad congénita a su descendencia. Pero en algunos lugares esto se lleva más allá. En España, por ejemplo, no es posible, salvo que sea necesario para salvar la vida y salud del futuro bebé, elegir el sexo del bebé. Sin embargo, en Estados Unidos sí que es posible elegir entre niño y niña.

Es más, las clínicas de fertilidad del Dr. Jeffrey Steinberg han protagonizado numerosas polémicas por centrar su modelo de negocio en esta posibilidad. Así es como Megan Simpson, la mujer de la que hablábamos escuetamente al principio de este artículo, se hizo con una hija a pesar de contar con tres hijos sanos. Esto mismo podría hacerse con otras características genéticas.

Todo esto puede hacerse sin necesidad de pasar la barrera de "modificar" genéticamente a un embrión.

Aunque todavía no hemos llegado a ese punto por cuestiones bioéticas, sería factible detectar cosas como una predisposición a tener cierta fisiología, protección a ciertas enfermedades, predisposición cognitiva... hasta podría seleccionarse cosas como el color del pelo o de los ojos. Todo esto puede hacerse sin necesidad de pasar la barrera de "modificar" genéticamente a un embrión. ¿Y qué tendría de malo poder elegir?

Elegir sus genes, ¿qué tiene de malo? ¿Y de bueno?

A priori parece que la posibilidad de elección es siempre algo positivo. Imaginemos, por ejemplo, si pudiéramos elegir entre la variación genética de nuestro bebé el poder quitar cualquier rasgo que lo predispusiera a una enfermedad. Actualmente, una fecundación in vitro ronda los varios miles de euros, con selección embrionaria incluida. El tratamiento y mantenimiento de personas con enfermedades genéticas eleva el gasto médico a cientos de miles de euros por caso. Eso por no hablar de la cuestión ética sobre el sufrimiento que padecen las personas afectadas.

¿No sería maravilloso eliminar sistemáticamente la posibilidad de sufrir este tipo de enfermedades? Aquí es donde entramos, otra vez, en un tema espinoso. La elección puede tener un gran potencial positivo, pero también puede resultar muy negativa. Existen varias razones ecológicas y éticas que se oponen a la idea de la selección de carácteres positivos de manera artificial.

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Comencemos por un concepto biológico básico: la biodiversidad. En concreto la biodiversidad genética. Existen numerosos estudios que demuestran que una mayor biodiversidad supone mayor calidad de vida para todos los seres de un ecosistema. Por el contrario, cuanto menor es la biodiversidad, se producen más enfermedades y problemas.

Esto, como decíamos, también se aplica a la genética: cuanta mayor diversidad genética existe en una población, mayor probabilidad de supervivencia y mayor calidad de vida. Imaginemos que podemos seleccionar a nuestros hijos descartando y escogiendo sus genes. ¿Quién elegiría un gen asociado con una característica mediocre? Al final, dirigiríamos la población en cierta medida a una menor biodiversidad, reduciendo, por tanto, su capacidad de resiliencia.

Por otro lado, también existe otro problema biológico: la complejidad. A medida que conocemos mejor los diversos niveles de expresión genética nos damos cuenta de lo complicado que es entender cómo funciona. La genética mendeliana, con caracteres concretos y definidos, se queda muy corta. Seleccionar un gen que es beneficioso, supuestamente, podría acarrear consecuencias inesperadas y terribles. Por último, la selección genética interrumpe el proceso evolutivo, que es aleatorio y paulatino, y no sabemos qué consecuencias podría tener.

Si nos fijamos en las consecuencias sociales y éticas el panorama no es mucho mejor. ¿Qué ocurriría en una población como la china si todo el mundo pudiese escoger algo tan sencillo como el sexo de su prole? ¿Qué ocurriría en grupos minoritarios y ya puestos bajo una gran presión social? ¿Qué consecuencias puede acarrear dar la oportunidad a unos pocos, o a muchos, el elegir cualquier característica genética? Las implicaciones han sido discutidas ampliamente por expertos de todas las épocas. En cualquier caso, la realidad es que, a pesar de las consideraciones éticas, sociales, biológicas o las mismísimas leyes, podemos decir sin miedo a equivocarnos que ya hemos empezado a diseñar bebés a nuestro gusto.

Imágenes | Unsplash

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La noticia Ya estamos diseñando niños (más o menos): el secreto no está en la modificación, sino en la selección genética fue publicada originalmente en Xataka por Santiago Campillo .



Gracias a Santiago Campillo

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